Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

AFFONSO ROMANO DE SANT' ANNA ello, partir a esa aventura de alto riesgo. Me acuerdo de haber oído a Octavio Paz que, siendo amigo de Vargas Llosa, apostaba para que perdiera las elecciones, porque su lugar era la literatura e iba a acabar frustrándose en el pantanoso mundo de la política. En efecto, tras perder las elecciones, Vargas Llosa escribió el libro El pez en el agua en que cuenta sus experiencias de intelectual-candidato. Y en una entrevista dada a la revista Somos (22 de marzo de 1993), entre otras cosas dijo: «Porque lo que me resultó más chocante fue descubrir cómo las ideas no tienen el menor papel en la actividad política, como tampoco los valores, ni la imaginación. Todo está sujeto a la maniobra, a la intriga, al juego más cínico y que tiene una enorme eficacia, decisiva en la acción política. Creo que eso es importante tenerlo en cuen– ta, saber que la política es también eso y quien quiera hacer política, guiado por valores, debe saber jugar ese otro juego». Cierta vez, el24 de mayo de 1994, leí en el El País un artículo de Jorge Edwards que comenzaba así: «Nosotros estamos comprometidos con la relatividad» -me dice un joven universitario-, «con el 'depende'. Cuando nos preguntan si estamos a favor de un asunto determinado, de una ley, de una política, contestamos, depende de esto, depende de esto otro. No conocemos las grandes pasiones ideológicas, las ilusiones, las utopías generacionales anteriores. Sentimos que estas generaciones se equivocaron y que a nosotros nos ha tocado pagar las consecuencias». En el resto del artículo, el novelista chileno mostraba realmente que él venía de otra genera– ción, pero que para él las cosas no «dependen» dentro de ese relativismo fácil y cómodo. A mí, esas palabras me hacen pensar en la situación de los intelectuales hoy, en lo que se llama genéricamente postmodernidad. ¿Qué ha hecho nuestra cultura con nuestro teatro, nuestra música, nuestro cine, nuestra poesía, nuestra novela, nuestra danza, nuestra arquitectura, en fin, en este contexto? Posiblemente encontraremos ahí polarizados a dos tipos de artistas e intelectuales. Si bien todo artista tiende a ser síntoma de su época, hay algunos artistas que son puramente sintomáticos, no solo revelan la enfermedad, la dolen– cia de su tiempo, sino que ayudan a expandir esa dolencia y enfermedad, porque no saben tener el conjunto de señales que semiológicamente la sociedad emite. Por otro lado, existen artistas que son más auténticos que simplemente sintomáticos. Ellos captan las señales de su tiempo y transforman la tempestad y los rayos en energía, generada en su fábrica creativa, mientras los demás solo se dejan abatir, pulverizarse como decía Heidegger, en el no sentido de la polis de su tiempo. Mientras los artistas puramente sintomáticos se entregan al caos, el artista auténtico, ante la negatividad del caos y del orden del cosmos, crea el caosmos. En este sentido, el desafío común que veo para los intelectuales y artistas chile– nos y brasileños es nítidamente este: procede a la revisión urgente no solo de la década de 1960, sino de la modernidad y de la postmodernidad, no con los pies en el retorno al siglo XIX, sino con los pies en el siglo XXI. Una revisión sin piedad, que siendo una autocrítica sea un enfrentamiento con los ídolos de ayer, porque el me– jor homenaje que se puede hacer a un litigante de ayer es contestarle hoy. En efecto, si miramos la historia del arte y del pensamiento del siglo XX tendre– mos, de cierta forma, una lúgubre imagen. Ahí se habló exhaustivamente de la II4

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