Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas
AffONSO ROMANO DE SANT' ANNA algo que lo hirió con la dureza de un golpe vil: ¿quiere saber lo que va a pasar en Chile? Lea la historia de Brasil. Las relaciones entre Brasil y Chile existen en un universo no de dualidad o pa– ralelo, o sea, no es un simple diálogo entre dos amigos alienados de un contexto. Las relaciones entre nuestros países hace cuarenta años, en 1960, hoyo hace qui– nientos años, han sido siempre intermediadas por un fuerte tercer elemento, una fuerza de gravedad colocada fuera de nuestros suelos. Ayer ese imán, o como se dice en astronomía, ese «gran atractor» era natural– mente Europa, de donde venían los exploradores del continente. Hoy ese gran atractor casi planetario es Estados Unidos. Por eso esta gran tensión entre los inten– tos, de un lado, de establecer el Mercosur con su carácter más local y casi nativista y, por otro, la implantación del ALCA, con su aspiración gJobalizadora. Me estoy acordando de la Conferencia de Jefes de Estado Latinoamericanos, que se realizó a la vez en Ciudad de México y en Acapulco en 1987. Además de las conferencias de los respectivos países, también estábamos allá un grupo de intelec– tuales capitaneados por Octavio Paz, discutiendo las siempre mismas e intermina– bles cuestiones en torno a nuestra identidad. Recuerdo, entonces a Leopoldo Zea, un pensador mexicano, reafirmando algo que ya había puesto en otros escritos suyos, diciendo que América no fue «descubierta» sino «recubierta». Era una afirmación aguda, desorientadora, una especie de reformulación epistemológica sobre nuestro origen. Dicho de esa manera, nuestra historia tendría que ser revisada. No se habría iniciado como juzgaban los europeos, cuando ellos llegaron aquí, considerándose, por lo tanto, todo lo pasado como aquella «página en blanco» como si los indígenas no hubieran tenido ninguna historia. En esa pers– pectiva casi geológica de Zea, América habría recibido diversas capas civilizado– ras, con todo lo que ello implica de devastación, desaparición, suma y progreso. Genealogías históricas perpetradas por portugueses, españoles, franceses, holande– ses, ingleses, alemanes y, recientemente, americanos. De esa perspectiva geo-histó– rica, hacer historia entonces era descubrir esas genealogías, buscar en ellas y/o antes de ellas nuestra identidad. Es un pensamiento instigador, pero que, por otro lado, deja entrever la ingenua idea de que habría un «principio», un «origen», un «arqué» como diría Derridá, una América pura y original que pudiera ser idealmente rescatada. Claro que la teoría del «recubrimiento», al revés del «descubrimiento», tiene la ventaja de reevaluar la cultura indígena anterior a 1500 y entender que las culturas ágrafas y llamadas primitivas también son cultura, que la cultura no empieza cuan– do llega el invasor con su alfabeto, sus armas y su religión. Como ya decía Lévi Strauss, las culturas también tienen sus sabios. Me acuerdo de un cacique de la tribu guaraní que conocí, cuyo nombre en su lengua significaba «Dios pequeño». Fue de los mayores oradores que he oído y con– fesaba haber aprendido a leer en las Selecciones del Reader's Digest, pues hablando al Papa Juan Pablo 11, en Amazonía, en 1980, impresionó de tal manera al Sumo Pontí– fice que este quiso saber cuál era la profesión del indio. En su discurso, sin haber leído IJ2
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