Brasil y Chile: una mirada hacia América Latina y sus perspectivas

AFFONSO ROMANO DE SANT' ANNA celebrasen. También figurarían en el libro Maximiliano Hernández Martínez, que combatió una epidemia de escarlatina en El Salvador mandando a envolver las ampolletas de los postes con papel rojo. Otro dictador sería el boliviano Enrique Peñaranda, sobre el cual la madre arrepentida dijo «si yo hubiese sabido que mi hijo sería presidente, le habría enseñado a leer y escribir». Otro todavía sería el paraguayo José Gaspar Rodríguez Francia que se nombró a sí mismo Dictador Perpetuo, reinando entre 1816 y 1840, y prohibió que Paraguay comerciara con ningún país y que nadie recibiera cartas del extranjero. La idea era comentar el presente a través del pasado, para lo cual invitarían a una decena de escritores latinoamericanos. Cada uno elegiría su «tipo inolvida– ble», su dictador «preferido», y escribiría sobre él una novela de unas cincuenta páginas. Así fueron convocados Augusto Roa Bastos (Paraguay), Julio Cortázar (Argentina), Miguel Otero Silva (Venezuela), García Márguez (Colombia), Alejo Carpentier (Cuba),Juan Bosh (República Dominicana), José Donoso (Chile) y, siem– pre de Chile, Jorge Edwards. No se sabe si por falta de novelista boliviano a mano o por exceso de dictadores, en Bolivia esta no se mencionó. Mirando a la distancia este proyecto, sería legítimo averiguar si no habría en esa elección una vocación hacia el surrealismo, hacia lo fantástico, no solo en la realidad, sino en la propia imaginación de los creadores. Esto, además, justifica una lectura carnavalesca de nuestra historia, como tantos lo han hecho en ensa– yos, por ejemplo, Octavio Iani en Carnavalización y tiranía, donde considera una serie de obras que analizan periodísticamente nuestra realidad política, económi– ca y cultural. Sea como fuere, Brasil no aparecía en ese proyecto de Fuentes y Vargas Llosa. Evidentemente no es por falta de dictador o de escritor. El hecho es que la idea parecía seductora, y luego un editor francés, Gallimard, se interesó. Sin embargo, pasado algún tiempo, el proyecto fracasó. Fracasó en parte porque al menos tres novelistas cumplieron la promesa, y hasta la superaron, se entusiasmaron y trans– formaron las simples ficciones en novelas: García Márquez, El otoño del patriarca; Roa Bastos, Yo, eL Supremo y Alejo Carpentier, Razones de Estado. Me enteré de ese proyecto de los años 60 eri" los años 80, cuando el panorama político de América Latina ya no era el de las utopías revolucionarias de nuestra juventud. Ahí se asistía a una discusión entre Vargas Llosa y García Márguez res– pecto del mismo tema. Ahora, sin embargo, en posiciones antagónicas, Vargas Llosa acusaba a García Márquez de ser amigo de Fidel y de pactar con la dictadura comunista. En la misma dirección de Vargas Llosa iba Octavio Paz. El continente cultural comenzó a tomar partido. En 1983, el corresponsal en América Latina para The New York Times, Ajan Riding, escribió un largo ensayo sobre «La revo– lución y los intelectuales en América Latina». Hasta el alemán Günter Grass se vio involucrado en la polémica. Pasados veinte años de la década de 1960, la cuestión ya no era tan sencilla como en aquel pub londinense. Ya no se trataba, como pon– deraba Fuentes, de saber si el novelista puede competir con la historia y construir personajes más fascinantes que esos extravagantes dictadores latinoamericanos. Retomo aquel verso de Neruda, de su conocido "Poema 20" y lo coloco ahora en forma de investigación, preguntando si nosotros, los de aquella época, aún so– mos los mismos. O lo que habría cambiado en cerca de cuarenta años. Finalmente, 108

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