América Latina en el mundo: Anuario de Políticas Externas Latinoamericanas y del Caribe :1993-1996

190 -La imposibilidad de lograr un triunfo militar contundente de cualquiera de las partes involucradas. -El fin de la guerra fría y el reordenamiento del sistema internacional al con– cluir el enfrentamiento entre las superpotencias. Un análisis del plan revela casi inmediatamente un diseño dirigido a este obje– tivo primordial. En efecto, tanto la decisión de propiciar ceses de fuego y diálogos de reconciliación nacional, como el establecimiento de condiciones mínimas para la realización de elecciones libres en un marco de respeto a las libertades indivi– duales, indican una gran urgencia de los gobernantes centroamericanos: primero, de acabar con las acciones bélicas por la vía de la negociación; y, segundo, de evitar su recurrencia por medio de acuerdos básicos entre las partes, cuyo cumpli– miento, adicionalmente, fue encargado a verificadores internacionales). En Nicaragua, el gobierno sandinista y su oposición política interna fueron capaces, en vísperas de la Cumbre de Tela (1988), de llegar a un acuerdo que -al rechazar las acciones de la «contra» y solicitar su desmantelamiento- allanó el camino que culminó en loscomicios de febrero de 1990. La derrota sufrida por el partido gobernante y la elección de Violeta Barrios de Chamarra como presidenta del país, permitieron el establecimiento de un «pacto» entre ésta y los sandinistas. Si bien éste no fue capaz de generar estabilidad en el corto plazo -y por el contra– rio, dado su naturaleza ad hoc, la inhibió-, al menos posibilitó una transición mínimamente ordenada, indispensable para devolverle flexibilidad al sistema político tras casi medio siglo de dictaduras ininterrumpidas. En El Salvador el proceso fue muy diferente, debido, entre otras razones, al virtual empate militar que existía a finales de 1989 y a la relativa autonomíá que los actores principales habían adquirido con relación a sus aliados extrarregiona– les. La negociación de la paz en El Salvador es paradigmática no sólo por la voluntad manifiesta de las partes de lograr un acuerdo definitivo en un contexto de gran polarización que pudo haberse prolongado por muchos años, sino que también, y especialmente, por el activo papel que tanto el gobierno del presiden– te Alfredo Cristiani como el FMLN otorgaron a Naciones Unidas como fuerza mediadora en el proceso. Aunque se han presentado atrasos e incumplimientos de ambas partes en la ejecución de los Acuerdos de Chapultepec (1992)4, existe un fuerte consenso entre diplomáticos y analistas para afirmar que en El Salvador el proceso de paz ha sido exitoso y, muy probablemente, irreversible. En este sentido, los retos que hoy enfrenta la sociedad salvadoreña son, en lo fundamen-

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