América Latina en el mundo: Anuario de Políticas Externas Latinoamericanas y del Caribe :1993-1996

142 política tradicional norteamericana en este campo no ha sido reemplazada por otra que permita cohesionar y dar impulso a una estrategia común en el hemisferio. Además, América Latina, junto a sus esfuerzos de democratización, está inten– tando serias iniciativas de integración regional, lo que le ha planteado requeri– mientos de índole política y económica. Como se sabe, los esfuerzos democráti– cos y de integración están estrechamente vinculados. La integración permitiría consolidar las democracias incipientes del área mediante la implementación de estrategias políticas y económicas conjuntas. A su vez, contribuiría a la solución de los problemas económicos comunes, como el manejo de la deuda externa, las restricciones comerciales, el tratamiento a la inversión extranjera y otros que fa– vorecen la integración hemisférica. La experiencia histórica de la región, y de otras latitudes, en este campo ha sido señera. Así, por ejemplo, América Latina ha aprendido de la integración eu– ropea que «la integración económica sólo resulta sólida cuando cuenta con la aprobación de la población y responde a sus deseos, algo que únicamente el imperio de la democracia puede garantizar»4. Pero, además, este esfuerzo con– sensual resulta factible cuando se deja de lado toda pretensión hegemónica. Es lo que ha ocurrido entre Brasil y Argentina al respaldar la iniciativa del Mercado Común del Cono Sur (Mercosur) y coincidir en políticas concretas en distintos ámbitos de la agenda regional y bilateral. No obstante estas convergencias -y he aquí un desafío-, el compromiso de– mocrático admite matices y contenidos diversos según las perspectivas norteame– ricana o latinoamericana. Esta cuestión podría adquirir alguna relevancia en las relaciones intrahemisféricas, de modo que para algunos <da posibilidad de una democracia política estable en América Latina está, por tanto, vinculada al creci– miento económico sostenido y a una distribución más justa de la riqueza»s. En estas circunstancias, si bien la democracia requiere de un modelo de crecimiento y progreso social, éste no necesariamente corresponde al de mercado que propi– cian algunos sectores norteamericanos. Es más, la democracia «púede ir acompa- . ñada de un discurso nacional ista, [en] que las transformaciones pueden afectar intereses económicos específicos o que el proceso democrático, a veces, dará lugar a una política internacional con énfasis latinoamericano o tercermundis– ta»b. En otros términos, la democratización debe admitir la posibilidad de cam– bios estructurales sin que ello implique riesgos en la seguridad continental. Los procesos de democratización no sólo son un elemento coadyuvante de la

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