Bioética: el diálogo moral en las ciencias de la vida
corazón o, tal vez, cuando el cerebro deja de estar activo. Obsérvese la "precisión tecnomórfica" de las definiciones. El corazón que no late es criterio suficiente en una cultura que desconoce otras técnicas, como el electroencefalogra– ma, que traduce la actividad eléctrica del cerebro aun si una persona está inconsciente o no responde. De allí que la pregunta por el momento de la muerte dependa de los medios técnicos para responderla y que el concepto de "muerte cerebral" refleje, por una parte, una realidad bio– lógica y, por otra, una transacción con los presupuestos de la cultura técnica. Sin tal concepto, la posibilidad misma de efectuar trasplantes de órganos vitales desaparecería, como ha sido el caso de Japón durante muchos años. En el tema de la muerte confluyen, como es habitual en el discurso bioético, muchas racionalidades. Por un lado, la racionalidad instrumental, que pugna por la hegemo– nía: lo factible ha de realizarse. Por otro, la racionalidad científica, que indica aquellos aspectos cognoscitivos que atraen al sabio y fundamentan la libido sciendi, el deseo de saber que toda actividad humana trae consigo. Mas tam– bién la racionalidad comprensiva o, como diría Habermas, "emancipatoria", pues libera a la humanidad de las servi– dumbres de la ignorancia y la injusticia. Así, un mismo proceso técnico correcto en sus fundamentos puede ser inexacto en sus fundamentaciones o incluso injusto en sus aplicaciones. Cada racionalidad se acompaña de un inte– rés, de una finalidad, de una forma de realización de po– tencias humanas. Así, el debate sobre la muerte como un proceso y no como una cisura en la línea de la vida encu– bre una lucha de intereses que es menester no sólo descu– brir (en el sentido de poner de manifiesto), sino también examinar racionalmente. 66
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