Bioética: el diálogo moral en las ciencias de la vida

tar "vivo", esto es, activo. Es evidente que esta técnica, curativa y salvadora de vidas, arrojaba preguntas de difí– cil respuesta: ¿cuándo ha muerto alguien?, ¿es la muerte un proceso, del cual pueden describirse etapas?, ¿hay un momento en que este proceso pueda considerarse irrever– sible?, ¿es este momento determinable por la ciencia, por la práctica o por la ley?, ¿es la vida consciente la única forma de vida digna?, ¿si muere el cerebro, muere tam– bién la persona? En algunos países, tales preguntas -o, más bien, las respuestas- dificultaron la práctica de los trasplantes de órganos y aún hoy algunas legislaciones recogen prohibi– ciones de diverso origen, religiosas o sociales. El caso Bamard pareció la culminación de la técnica a algunos que sugirieron que tales materias se estudiaran con mayor pro– fundidad y fueran objeto de reflexión jurídica y filosófica. En casi todo el mundo los trasplantes de órganos han mo– vilizado profundos debates sobre el concepto de muerte, sobre los signos de la muerte y sobre la pertinencia de una legislación que distinga distintos "tipos" de muerte. Así, por ejemplo, el concepto de muerte cerebral-activamen– te discutido por algunos grupos- ha permitido proseguir con la práctica de los trasplantes en la legalidad de la nor– ma vigente. Ello no significa que las polémicas se hayan zanjado, sino solamente que las definiciones aceptadas amplían el ámbito en el cual las decisiones individuales dejan de ser punibles. El tema no es trivial, toda vez que la práctica de los trasplantes, puede decirse, asegura la sobrevivencia de personas que de otro modo estarían con– denadas a una invalidez parcial o total, a una vida plena de sufrimiento y limitaciones o, en algunos casos, a la muerte. 21

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