Bioética: el diálogo moral en las ciencias de la vida

supone, han estudiado guiadas por una poderosa voca– ción de servicio y que juran defender la vida. Es verdad que en períodos tortuosos de la historia ha habido médi– cos que se sometieron a formas variadas de poder econó– mico o político y con eso defraudaron a los que confiaron en ellos. Pero la profesión no puede ser enjuiciada por al– gunos miembros. Parte importante del prestigio de la medicina moder– np se fundamenta en las ciencias exactas y naturales. Sus métodos son herramientas para producir evidencias y cer– tidumbres de mayor valor que cualquier intuición o certe– za no demostrable. Esos métodos encuentran su expresión más acabada en la investigación, especialmente en la in– vestigación en las fronteras de lo molecular, pero también en la llamada investigación clínica. Ésta consiste en reunir informaciones sobre enfermedades en personas aquejadas por ellas, ensayar procedimientos diagnósticos o curati– vos y estudiar las formas de evolución y contagio. En rea– lidad, casi cualquier tratamiento involucra una dosis de incertidumbre, incluso en las manos más experimentadas. Pero hay etapas cruciales en la investigación médica que sólo pueden ser realizadas en personas. Piénsese, por ejem– plo, en la delicada decisión que tomó Louis Pasteur (que no era médico sino químico, por lo cual el trabajo concreto de– bió ser hecho por otro) de inocular su vacuna antirrábica a aquel muchacho alsaciano que, afortunadamente, sobrevi– vió. O las dudas que habrán tenido los que administraron las primeras dosis de penicilina en graves infecciones. En la investigación clínica confían todos, médicos y no médicos, para proporcionar fundamento sólido a la práctica. y he aquí que el Dr. Beecher afirmaba que al menos doce de cien trabajos publicados -lo que hacía pensar que 18

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