Proposiciones para una teoría de la medicina

que ha ocurrido surte un efecto cohesionador para el rompecabe– zas. Las piezas que faltan son poco prometedoras, pero tienen un sentido. Mi vida entera hasta este momento ha cambiado de sentido. Imaginemos en seguida el efecto de mi estado sobre quienes me rodean. Ya no importa demasiado qué dirá el gerente. Pero bastante lo que dirá mi familia. Seré una carga. Gastaremos el dinero de las vacaciones, o de la nueva cocina, o del curso que mi esposa pensaba tomar. Este escenario acomoda otros argumentos. Basta con el señalado para indicar que lo que antes era irrelevante o trivial ha adquirido el carácter de una red que todo lo conecta. Y se conecta, mágicamente, a través de un simple intercambio de palabras. En rigor de verdad, aún no ocurre nada, pero ya parece que todo hubiera adquirido un cariz diferente. El médico, que sabe de estas cosas, me ha transmitido una sensación ambigua; ha desestimado mi queja pero me ha creado otras. Ha legitimado un papel, el de paciente, intuido en las reacciones de otras personas, avizorado en ese enfermo que vi en su consultorio, conocido por lo que le ha ocurrido a mis conocidos. OBJETIVANDO CIENTÍFICAMENTE EL SUFRIMIENTO La multiplicidad de acciones examinadas nos encamina hacia algunas conclusiones. En primer término, la heterogeneidad del punto de partida de las historias. La historia del doliente empie– za con un vago mal-estar. La historia de los conocidos con una casual evaluación de su estado. La historia del médico con indicios que configuran un diagnóstico. Son tres discursos, tres narradores, tres retóricas. A veces, coinciden: me siento enfer– mo, me consideran enfermo, tengo una enfermedad. A veces se 55

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