Proposiciones para una teoría de la medicina

efectivamente, en mi estado, no puedo trabajar; de esa manera, mantendré mi crédito social, adquiriendo el derecho a recuperar mi actividad y mi eficiencia (mi "salud") sin las imposiciones de mi rol habitual. En tercer lugar, yo deseo ser aliviado de mi malestar: el médico prescribirá una medicina, indicará ciertas medidas que surtirán el efecto de recuperar mi entusiasmo. En cuarto lugar, deseo saber qué pasará conmigo: si acaso esto es algo que me atormentará siempre, si será hereditario, si se puede prevenir que me venga cuando esté de viaje el próximo verano, si es contagioso, si me impide contraer matrimonio, ir a fiestas o beber vino. Estas son algunas razones para ir al médico. Por lo menos, son las más habitualmente declaradas. Pero hay otras, muchísi– mas otras, que tangencialmente tocan el oficio explícito del médico: ser escuchado, obtener información, prevenir una cri– sis, atenuar la angustia, por ejemplo. Sólo cuando el médico emite su diagnóstico puedo decir que tengo una enfermedad. Hasta ese momento me había sentido enfermo o me habían considerado tal. El médico ha dado un nombre a mi dolencia. Ese primer acto taumatúrgico tiene varios efectos: en primer lugar, la ha transformado, de vago malestar o trastorno amenazador, en una enfermedad. Él ha dicho: es una fiebre tifoidea. No exactamente así, quizás. Tal vez dijo: "podría tratarse de una fiebre tifoídea; para comprobar– lo, le tomaremos unas muestras de sangre y las enviaremos al laboratorio. El resultado confirmará mi sospecha, pero mi expe– riencia me indica que los casos como el suyo suelen terminar con ese diagnóstico en un buen porcentaje". El doctor ha dicho un nombre y desde ese momento "tengo algo". Ahora puedo enarbolar "mi" enfermedad, ponerla sobre el papel, dictarla por el teléfono. Se ha vuelto densa, es un "objeto" que resume muchas cosas: resume, por ejemplo, un conjunto de causas, un pronóstico, una evolución "natural", una 50

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