Proposiciones para una teoría de la medicina
comprarla sería como comprar o vender la emoción, la belleza o la sabiduría. Ello sólo es posible a condición de "cosificarla", esto es, de desvirtuarla reduciéndola a un aspecto. Más que dicterios para resolver en un sentido casuístico, necesitamos formulaciones programáticas. Gracias a ellas po– dremos examinar "axiográficamente" cuándo un "consejo" de la televisión o una "declaración pública" son respetuosos de la libertad de opciones y de la naturaleza transitiva de los actos. Sobre todo hoy, en que la medicina ya no sólo es asunto de expertos sino vinculación societaria intrínsecamente comunica– tiva, constitutivamente valórica. En este análisis, se observará, no hemos aludido a los fines de la propaganda en cuanto propaganda. Se podría argumentar que ella siempre propende al bienestar de sus destinatarios, toda vez que les informa de riesgos, les hace notar insuficiencias y les instruye acerca de productos y actividades benéficas. Para reducir a "slogan" tales principios, es menester empobrecerlos y presentarlos unilateralmente. Si a ello se agrega el principio del lucro por el lucro, tal postura roza otros complejos argumenta– les, en los que aquí no podemos entrar. Suponemos buenas intenciones e información fidedigna, pero tanto unas como otras pueden ser puestas al servicio de algo que no compete a la medicina como acto comunicativo. Al examinar la propaganda -o mejor, la postura publicitaria- sugerimos que si bien ella constituye un ingrediente de nuestra medicina, no es en modo alguno la forma más apropiada de comunicación en el seno del acto médico.
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