Proposiciones para una teoría de la medicina
social que puede adoptar cambiantes aspectos. Pero también incorpora una dimensión de aceptación implícita de la realidad "macro" en la cual se inserta. En este punto, el papel testimonial es corporización de ideología, esto es, de proyectos de realidad que se afianzan sólo en sus pretensiones de validez. Y éstas no proceden de las acciones sino del contexto en que se las realiza y de la finalidad (socialmente constituida) que las impregna. LA MEDICINA COMO CIENCIA SOCIAL Rudolf Virchow, que fundara como nadie el paradigma fisioló– gico más influyente de la medicina novecentista (el teorema de la patología celular) fue también quien la definió como una ciencia social (Virchow, 1958). Lo que define este estatuto disciplinario es afincar en acciones y no en objetos, en praxis y no en poiesis, en metáforas y no en dicterios. Cuando las llamadas ciencias sociales volvieron al corpus de la medicina, renunciaron a "us diferencias específicas y representaron una tímida reconquista de las "humanidades". El movimiento fue radicalizado, en el núcleo mismo de la biomedicina, con la incorporación de la racionalidad bioética, que debe ser, ante todo, conciencia crítica. La profesionalización, que aspira a convertir poder en autoridad, y la especialización, que magnifi– ca la estrategia del reduccionismo analítico, no dejan ver que lo que requiere nuestra actual situación no es más medicina sino mejor medicina. Esto es, medicina más a la medida de sus actores. Aceptar este punto de vista supone aceptar la pluralidad y la heterogeneidad de la praxis comunicativa que la sustenta. De esta reflexión se desprende que tal heterogeneidad no es sólo de actores, conceptos o instituciones. Lo es también de papeles. Al examinar lo que sólo uno de los actores (el médico) 132
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