Nuestros vecinos

Paz Verónica Milet 432 las fuerzas chilenas, ha repercutido posteriormente en la generación de una com- pleja red de relaciones entre ambos países y, además, ha agudizado la idea de un orgullo nacional herido. La persistencia de esta noción es particularmente evidenciable en el caso de las Fuerzas Armadas y especialmente en el Ejército, que tuvo un rol menos destacado que la Marina en este conflicto. Así lo plantea Víctor Villanueva 9 , quién señala que la frustración que sufrió el Ejército en esta ocasión, es, tal vez, una de las más graves de su historia, tanto que aún no ha logrado reponerse del todo. Después del conflicto, las fuerzas armadas se vieron profundamente mermadas, como consecuencia de la difícil situación economía y predomina en general un sen- timiento de apatía. Este sentimiento dura hasta 1940, cuando surge con fuerza el discurso revanchista. Aunque no se plantea públicamente, si existe en el Ejército peruano el deseo de resarcir lo efectuado por los chilenos. «Es un sentimiento íntimo, el oficial rumia calladamente su desesperanza, compara constantemente cifras y estadísticas mili- tares del Perú y Chile, murmura y reprocha calladamente al gobierno que no lo provee con los elementos necesarios para rescatar el honor nacional, quizás sí en lo más íntimo de su ser sueña con reemplazar algún día a esos «antipatriotas» gobier- nos para conducir a su patria por sendas de gloria y honor» 10 . Este sentimiento o deseo de la fuerza militar se evidencia en la literatura genera- da en ese período en la idea de rescate de la dignidad nacional y se expresa hasta hoy, cuando se señala la necesidad de que los cuadros de adquisiciones de las fuer- zas armadas, tengan el nivel de adquisiciones de los países vecinos y específicamente de Chile. En el caso de Chile, la victoria permitió la persistencia de la noción de unas fuerzas armadas «jamás humilladas y jamás vencidas» y generó un sentimiento de excesivo orgullo nacional, que condicionó y condiciona la vinculación futura con sus vecinos del norte, determinando la agenda de política exterior y de defensa a nivel gubernamental; pues la herencia histórica, a pesar de la voluntad política expresada por ambos gobiernos, resurge frente a cualquier divergencia. José Rodríguez Elizondo denomina el proceso experimentado por los chilenos después de la guerra como una «sobrecompensación» y señala que «hoy parece evidente que ese orgullo mutó en arrogancia focalizada y que ésta sirvió poco al interés nacional. En contrapunto con el rencor peruano, amarró el desarrollo futuro de ambos países a una íntima enemistad, que se expresaría, para unos, en la obliga- ción de conservar lo ganado y, para otros, en la necesidad de recuperar lo perdido. Ese amarre impediría asomarse a las posibilidades de una cooperación que los po- tenciara a ambos conjuntamente» 11 . Esta arrogancia chilena es rescatada por analistas peruanos y expresada en la figura de un victorioso poco generoso , así lo indica por ejemplo García Belaúnde «…Arrogancia del lado chileno en su mezquindad en solucionar algunos temas. 9 100 años del Ejército peruano: frustraciones y cambios, Editorial Juan Mejía Baca, Lima- Perú, 1971. 10 Ibíd. 11 José Rodríguez Elizondo, «El siglo que vivimos en peligro», La Tercera- Mondadori, 2004, págs. 26-27.

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