Nuestros vecinos

Carlos Bustos 232 y utilización de las facilidades portuarias de Arica que probablemente podrían ser particularmente complejas. Sería conducente que Chile y Bolivia coincidieran en ciertos elementos mínimos para entrar a conversar, buscando, por ejemplo: a) Que den los pasos necesarios para restablecer relaciones diplomáticas, en el entendido de que siempre es más fácil un diálogo cuando ellas existen. Es importan- te que esa reanudación de vínculos no esté condicionada a la consideración o solu- ción de ninguna materia, lo que no se opone a la aceptación de agendas «sin exclu- siones». b) Que no se profundicen contactos sin tener previamente claros sus objetivos y los límites de las eventuales concesiones y pretensiones. Cada país está en su dere- cho al examinar cuidadosamente, antes de entrar en una negociación, en qué medi- da estarán comprometidos sus «intereses nacionales», sus «objetivos nacionales» y los intereses y objetivos de las regiones o áreas que puedan verse afectadas. c) Que no se formulen planteamientos que no respondan a una posición nacio- nal o de Estado, a la que se llegue una vez que sean escuchados y analizados los puntos de vista de todos los organismos nacionales que podrían tener vinculación con el tema, los sectores parlamentarios y políticos de gobierno y oposición, los grupos regionales, las Fuerzas Armadas, los empresarios, etc., y que –dentro de los mismos parámetros– nunca se incurra en el error de iniciar conversaciones sin un largo proceso de maduración previa; a) Que se evite crear artificialmente situaciones que separan a los países y que no hacen nada por mejorar el clima que podría imperar en una negociación que tenga posibilidades de éxito. Casos como los del Lauca, y, en mayor medida, el Silala, en que se enredan el agua dulce y el agua salada, en nada cooperan si lo que se quiere es lograr entendimientos. e) Que cualquier diálogo se efectúe haciendo abstracción del pasado. Ninguna meta seria y valiosa se podrá alcanzar mientras los Estados no dejen de lado la discusión sobre la forma en que se llegó a la guerra del Pacífico, la génesis del Tratado de 1904 y el verdadero contexto de las distintas negociaciones que en diversas épocas han iniciado Chile y Bolivia. Ello no se opone a la necesidad de que los responsables del manejo del tema en cada Cancillería estudien atentamente to- dos y cada uno de los capítulos que se han vivido en los últimos ciento veinte años, no para abrir polémicas sobre ellos sino para evitar recorrer caminos que ya en el pasado se ha probado que no conducen a nada. f) Que la campaña de odiosidad y tergiversaciones sea reemplazada por la bús- queda de estímulos para un acercamiento, como la facilitación, entre otros meca- nismos, de los corredores bioceánicos y otras iniciativas que interesan a Bolivia y Chile y también al resto de la región. Todo ello evocando una muy conocida y repetida frase de Talleyrand –«en diplomacia puede hacerse todo, menos improvisar»– que en el caso de Chile y Bolivia, dada la sensibilidad y complejidad de sus vínculos, debería tener la más estricta y permanente aplicación. Nada de lo que haga Chile con respecto de Bolivia, así como nada de lo que

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