Nuestros vecinos

Carlos Bustos 218 Perú en esa oportunidad no hizo ninguna observación al respecto, en una nue- va demostración de que Lima en esa época no defendía la tesis que infundadamente ha planteado ahora sobre los espacios marítimos, bajo la administración del Presi- dente Toledo, que se ha caracterizado por una permanente actitud antichilena. Parece absolutamente claro, en todo caso, a la luz de estos antecedentes, que el fracaso de la negociación de Charaña fue de responsabilidad del Perú. Pese a todo, prosiguió por algún tiempo un desfalleciente diálogo chileno-boliviano. Banzer envió emisarios que no volvieron satisfechos a La Paz. El 9 de marzo, a última hora, el Encargado de Negocios de Bolivia solicitó una entrevista para un Enviado Confidencial del Presidente Banzer, el señor Willy Vargas, Ministro Secre- tario Nacional para los Asuntos de Integración. El Ministro de Relaciones Exterio- res, Vicealmirante Patricio Carvajal, tuvo dos extensas reuniones con el señor Vargas el 10 de marzo. Por último, tras prolongada agonía, en que fueron pocos los bolivianos que reconocieron la responsabilidad de Lima en el fracaso, las conversaciones Santia- go-La Paz fueron bruscamente desahuciadas por el General Banzer. Bolivia, una vez más, suspendía sus relaciones diplomáticas con Chile, en la triste jornada del 17 de marzo de 1978. No es fácil buscar una interpretación clara de la actitud del Gobierno del Presi- dente Banzer. Pareciera, en verdad, que una parte importante de la explicación habría que buscarla en el ámbito doméstico de Bolivia. Desde que empezaron los contactos Banzer-Pinochet hubo en ese país grupos que se opusieron en forma feroz a una solución del problema. En todo caso, la negociación terminó por decisión unilateral de Bolivia en mo- mentos muy difíciles en el cuadro vecinal que encaraba Chile. Como ha ocurrido tantas veces, hay elementos de juicio para pensar que lo que ocurría en el ámbito de las relaciones chileno-argentinas puede haber sido determinante en la decisión bo- liviana. La situación chileno-argentina era muy delicada. Buenos Aires había de- clarado «insanablemente nulo» el laudo del Beagle y la Comisión I del Acta de Puerto Montt (distensión) no lograba avanzar satisfactoriamente en sus esfuerzos por evitar un conflicto. Siempre he pensado –como se expresa en otra parte de este estudio– que en varias etapas de la relación chileno-boliviana los gobernantes de turno en La Paz han planificado sus acciones tomando en consideración, en uno u otro sentido, el nivel de la relación chileno-argentina. Eso ocurrió, por lo menos, en 1879, 1902, 1978 y 1986. En 1986, Paz Estenssoro habría proclamado su idea del «enfoque fresco», que en la práctica no fue tal, al cerrarse el proceso de Media- ción Papal con la entrada en vigor del Tratado de Paz y Amistad chileno-argenti- no. Lo cierto, en todo caso, es que nunca Bolivia estuvo más cerca de recuperar un acceso soberano al mar que en las negociaciones de Charaña. El gobierno de Banzer, y su embajador en Santiago, lo reconocieron reiteradamente. Un elemento digno de destacarse es que Bolivia ha estado propiciando en estos años –en particular por las administraciones Mesa y Rodríguez– una fómmula exactamente igual a la que Banzer desechó el año 1978.

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