Nuestros vecinos

Gustavo Fernández Saavedra 168 paralelos 19 y 21, firmado por Ortiz de Zeballos, fue rechazado por Santa Cruz, con expresión de la que habría de arrepentirse más tarde: «que el Perú ceda Arica a Bolivia es una loca proposición» 10 . Como dice con claridad meridiana Juan Miguel Bákula 11 , «la aspiración de obtener del Perú la cesión voluntaria de ese territorio era un imposible absoluto». Tampoco prosperaron los intentos de habilitar los puertos de Cobija y Antofagasta, dentro de su dominio, pero mucho más alejados del eje de la Repúbli- ca. Los frustró la guerra del Pacífico. Después ya no era posible plantear fórmulas –como la reposición de parte del territorio ocupado– que implicaran la ruptura de la continuidad del espacio que Chile ganó con la fuerza. Sólo quedaba la posibili- dad de plantear la entrega de Tacna y Arica, territorios desde entonces en disputa con Perú. En esa lógica se firmó el Tratado y el protocolo adicional de 18 de mayo de 1895, en el que se condicionaba la cesión del litoral a la entrega por Chile de una salida al mar, unida al altiplano por ferrocarril y en el que ese país se comprometía, además, en caso de perder Tacna y Arica, a comprarlas para cederlas a Bolivia. Por eso, en 1926, se respondió con esperanza prematura a la propuesta del Secretario de Estado Kellog, que sugería la cesión de las provincias de Tacna y Arica, en forma plena y perpetua a Bolivia, como medio para resolver los problemas de la guerra del Pacífico. Chile y Perú no sólo objetaron la participación de Bolivia en las negociaciones que encaminaban en Washington, con el auspicio de los Estados Unidos, que con- cluyeron la suscripción del Tratado de 1929, sino que al final de sus deliberaciones convinieron, en el Protocolo Complementario, que ni el puerto ni una porción de territorio podrían ser transferidos a un tercer país, sin el consentimiento del otro y se comprometieron a no construir otras vías férreas entre la costa y Bolivia. Todos los intentos posteriores siguieron esa orientación. Las Notas Reversales de 1950, las negociaciones de Charaña, las varias conversaciones que sostuvieron Presidentes y Cancilleres de Chile y Bolivia en la segunda parte del siglo veinte 12 . La focalización de Bolivia en Arica no le caía mal a Chile. Hasta la alimentó, mientras duraron el enfrentamiento y el largo proceso de las negociaciones de paz. Le permitía dividir la alianza militar y diplomática boliviano-peruana; despejar la hipótesis de un frente militar en el altiplano; consolidar la posesión del litoral boli- viano y de la Provincia de Tarapacá y, finalmente, reforzar su posición negociadora con el Perú. Arica se convirtió después en un ícono de las glorias militares chilenas y Chile se encerró en la postura de negación del problema. Esgrimió la consigna: «no hay temas pendientes» con Bolivia… ni con Perú. En las ocasiones en que asumió que algún día tendría que enfrentar el costo de una solución, propuso a Bolivia una salida al mar que ya no incluía ni la ciudad ni el puerto de Arica. Como cabía esperar, Perú se opuso siempre a la entrega de Arica a Bolivia. En su momento reiteró la irrenunciable demanda de reintegrar las provincias «cautivas» al conjunto nacional del que nadie consideraba que habían sido segregadas sino, a 10 Jorge Gumucio, op. cit. , p. 80. 11 Juan Miguel Bákula, op. cit. 12 Jorge Gumucio, en Charaña, y Juan Miguel Bákula, en Perú, Utopía y realidad , describen esas experiencias, desde sus perspectivas nacionales.

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