La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista

254 Fernando Robles entonces para ambos comunicantes-interactuantes y, a pesar de la reciprocidad, los horizontes no se funden en uno solo, sino que siguen siendo por lo menos dos. Con ello se confirma una vez más que la solución al problema de la intersubjetividad en medio de una supuesta intencionalidad en la comunicación es imposible, porque la intersubjetividad sencillamente no existe (Robles y Arnold, 2000a). No hay forma de saber si las selecciones de alter son (o no) congruentes con las selecciones de ego, ni desde la observación recíproca de los observadores de primer orden, y menos aún desde la observación de segundo orden, por lo que el segundo componente de la tesis de la reciprocidad de las perspectivas, a saber la congruencia de los sistemas de relevancias, se convierte también en un “como si”, pero aún si lograse ser un fenómeno empírico, sería inobservable. Si aquí el tema de la contingencia entra a jugar algún papel, esto significa que lo que alter y ego obtengan como observaciones recíprocas (pero no simétricas) es contingente y debe ubicarse entre lo que no es necesario ni imposible. Dicho de otra manera, contingente es por lo tanto aquello que no es ni lo uno ni lo otro. Este concepto designa sencillamente aquello dado pero a la luz de un posible estado diferente, en medio del cual los cambios potenciales en un horizonte de posibilidades abiertas reproducen una alta inseguridad (Luhmann, 1998a: 113). Ahora bien: ¿cómo es posible reducir esta inseguridad, para que el sistema no se inmovilice y pueda conectar las expresiones indexicales realizadas por alter con las que ejecute ego y así sucesivamente hasta que (metódicamente) se le ponga fin a la interacción? La respuesta de Garfinkel al respecto es insólita: esto se consigue precisamente si los hablantes se expresan vagamente y además con la atención suficiente, dándose por satisfechos con interpretaciones tentativas, justamente evitando precisar los contenidos de los significados y sabiendo, sin embargo, de lo que están hablando. Para ello, la vaguedad intrínseca del lenguaje que constatara Wittgenstein (1997), sería la herramienta básica para posibilitar la ejecución práctica de la doble contingencia. Por un lado, se presupone un mundo dado pero que no designa lo posible sino aquello que puede ser distinto, de manera tentativa. La contingencia es entonces la primera y la última posibilidad de lo posible. Esto es especialmente observable en los sistemas de interacción: el candidato a novio que después del quinto fracaso diseña una nueva estrategia de conquista, difícilmente puede estar seguro del éxito de su empresa; quien se aventure al tráfico vehicular en una metrópolis del siglo XXI puede que adquiera la seguridad de arribar a casa, pero no puede asegurarlo absolutamente. Las semánticas de la contingencia en los sistemas sociales, incluyendo a los sistemas de interacción, se abren con ello al futuro, pero “no excluyen que todo lo que se ha aceptado en cada momento también podría ser de otro modo y ser redefinido mediante comunicación” (Luhmann, 1998b: 117), es decir, teniendo que mantener las expectativas flotando.

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