La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista
252 Fernando Robles capaces de procesar los ruidos, los que articulados en accounts o “explicaciones prácticas”, según la EM, o como resonancias codificables y decodificables, a condición de que ambos interactuantes se observen recíprocamente como entornos. A diferencia de Parsons, el problema de la doble contingencia que se formula como la pregunta respecto de la constitución del orden social no necesita, según Luhmann y Garfinkel, del consenso de valores que se presuponga como preestablecido y que dé lugar a pautas estructuradas normativamente. Es el sistema en curso el que va generando (inventando) el consenso de valores (o no) o más bien la diferencia que hace que parezca unidad, en medio de una persistente difusidad, y si no existe se inventa un consenso aparente y sobreentendido, manteniendo metódicamente mediante la vaguedad del uso práctico e indexical del lenguaje, a las expectativas flotando, permeables y haciendo “como si” no necesitasen ser explicadas (Garfinkel, 1967; Robles, 1999; Robles, 2001). Para ello, la vaguedad inherente al uso del lenguaje, adherida a la posibilidad de actualizar “inferencias débiles”, son factores particularmente apropiados para producir confianza sobreentendida. Hay que destacar que la condición de posibilidad de la doble contingencia es la plausibilidad de la interacción; dicho de otra manera, se trata de las condiciones de posibilidad de un sistema de interacción. La constatación anterior se puede exagerar argumentando que la sociedad es sólo interacción (como lo hace el interaccionismo simbólico, ver Denzin, 2000) y que su complejidad puede ser entendida desde la interacción, lo cual constituye una gigantesca ingenuidad; o se puede minimizar la interacción argumentando que los sistemas de interacción sólo son residuos de estructuras mayores. Respecto del carácter “constructivo” de cualquier acuerdo (si es que existe), habría que agregar que éste obedece a la preexistencia de una diferencia, de una distinción que hace que dos procesadores de información coincidan, por su cuenta, en imaginarse que marcan un lado y no el otro de la distinción, y que ambos lados de la distinción (el marked state y el unmarked state) se puedan observar como las unidades en la diferencia (Baecker, 1993). Esta última posibilidad es lo que caracteriza a la observación de segundo orden, y su razón de ser. Esta selectividad temática de las observaciones conversadas de primer orden puede ser, sin embargo, en extremo fluctuante. En los sistemas de interacción se puede saltar de un tema a otro, se pueden intercalar secuencias inicializantes, se pueden incluir secuencias apareadas (como insulto/contrainsulto, pregunta/respuesta, propuesta/aceptación-rechazo), etc. Por ello, si tomamos en serio el principio de la imposibilidad del no-sentido y la incurabilidad de la indexicalidad, hay que partir de la base de que los sistemas autopoiéticos de interacción despliegan ordenamientos propios que imponen métodos de conservación y análisis adecuados, para que puedan ser observados. Queremos insistir en que sin entrelazar la observación de segundo orden a las observaciones de primer orden, no hay observación posible.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=