La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista

236 Fernando Robles paciente (sistema de atención de salud), los exámenes orales (sistema educativo), etc., que se caracterizan por construirse en torno a programas acoplados a los sistemas respectivos. En estos casos, se trata de condicionamientos extracontextuales, los que se intersectan con realizaciones comunicacionales contextualizadas e indexicales. 2. Los sistemas de interacción como entramados complejos Otro de los conceptos elementales del CSO es el de complejidad, que abordaremos ahora en detalle desde los sistemas de interacción. Este es el problema central de los sistemas sociales (Willke, 1987). La complejidad no es una operación que un sistema ejecuta, sino un concepto que guarda relación con la observación y la descripción que de ella resulta. Con la observación, porque la complejidad puede ser observada mediante la observación de segundo orden, y con la descripción porque ella, al ser introducida en el sistema, produce hipercomplejidad. En lo que sigue, partimos de la base de que los sistemas de interacción son sistemas complejos y potencialmente hipercomplejos, y no “sistemas simples” (Luhmann, 1975). La complejidad tiene la forma de una paradoja, pues un estado fáctico se expresa como unidad y multiplicidad. Para resolver esta paradoja, la complejidad se descompone mediante los conceptos de elemento/relación: una unidad sería compleja cuando tiene muchos elementos y muchas relaciones. Esto es, al aumentar el número de elementos que deben mantenerse unidos en el sistema (esto es válido también para un sistema que hace las veces de entorno), hay una limitación que consiste en que no todos sus elementos pueden ser relacionados. Hay entonces una limitación inmanente que le asigna límites particulares a los elementos que componen el sistema. Por ejemplo, cuando en un sistema de interacción se habla, no se puede hablar de todo, sino de algo en particular (Wolff, 1981), pero ese hablar- de-algo se realiza porque el sistema, usando su cerradura operativa, ha configurado interactivamente y de forma específica ciertos hilos del habla, que se observan en la organización del cambio de hablante. Estos hilos del habla son una imagen de la presión de selectividad a la que los sistemas de interacción están sometidos. La complejidad es un estado autocondicionado que se debe al hecho de que los elementos deben constituirse complejamente para fungir como unidad, y por lo tanto su capacidad de acoplamiento es limitada. De allí resulta que la complejidad del sistema, en el sentido que postula la asimetría ontológica entre simple y complejo, no puede ser válida ni verdadera. Sólo obedece a la presión de selectividad a la que están sometidos todos los sistemas sociales. La presión de selectividad es observable en la forma de las asimetrías. Stephan Wolff señala que los sistemas de interacción producen tres tipos elementales de asimetrías: las asimetrías de información (como el efecto “Ahá”, “Oh”, “No te puedo creer”); las asimetrías de competencia (“falso”, “está bien”, “piénselo bien antes de contestar”); y las asimetrías de las jerarquías de poder (“eso no fue lo que le pregunté”, “no hable leseras”) (Wolff, 1986).

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