La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista

232 Fernando Robles Que los sistemas sociales tengan que enfrentarse al problema de la composición de su propia complejidad, en medio de la recursividad de sus propias operaciones, es una obviedad. ¿Pero cómo lo hacen realmente los sistemas de interacción, con qué prácticas comunicativas, con la especialización de qué tipos y formas comunicacionales? Una respuesta adecuada a estos problemas afecta al concepto de sistema y de función sistémica y obliga a re-indagar en el tema de la complejidad de los sistemas de autoorganización bajo el prisma del CSO (Luhmann, 1997: 134). Esto significa introducir por lo menos dos argumentos orientadores en los temas que nos proponemos desarrollar. En primer lugar, consideramos una necesidad ineludible asentar fundamentos sólidos para una teoría de los sistemas de interacción de relevancia empírica que se concretice como observación especializada de segundo orden de dichos sistemas, fundamentalmente desde el CSO y la EM, tal como lo advirtió Luhmann (1997: 813). Segundo, creemos necesario reintroducir en la caracterización de los sistemas de interacción, la preeminencia del uso práctico del lenguaje, evitando los formalismos pretenciosos de una pragmática universal sostenida en la revisión de teorías como la de los “actos del habla” y tematizando cómo se articula su forma peculiar cuando opera como medio que hace probable la comunicación (Wolff, 1996). 1. ¿Qué significa la distinción sistema/entorno? La primera premisa del CSO sostiene que sus reflexiones no tienen que ver con sistemas inventados y que por lo tanto los resultados de sus reflexiones tengan únicamente un valor analítico, sino que los sistemas existen y son “reales”. La segunda premisa del CSO, es que existen sistemas autorreferenciales, y por lo tanto capaces de entablar relaciones consigo mismos, cuya expresión más sofisticada es la autoobservación que produce reflexividad, y por lo tanto de diferenciar estas relaciones frente a las de su entorno. Estas dos premisas, aparentemente ingenuas y tautológicas, cobran una fuerza agumentativa de enorme relevancia si se las vincula a dos constataciones elementales. En efecto, la primera permisa se desprende de la función de modulación irritante y perturbadora que asume el entorno sobre las interacciones neuronales del sistema nervioso y que dan lugar al fenómeno autopoiético de la cognición, pues cualquier dinámica cognitiva no sólo supone la cerradura del sistema, sino también al entorno operativo que desencadene tales dinámicas (Maturana, 1987). La premisa de la autorrefencialidad, no sólo da cuenta de la existencia del conocimiento como una construcción resultante de observaciones- descripciones, sino de la posibilidad de que las operaciones de distinción que las generan, pueden ser observadas. Por ello, la diferencia elemental entre sistema y entorno es un logro del sistema, quien observa pudiendo usar para ello sólo sus propias estructuras, las que

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