La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista

Sociología del método 203 estrategia con claridad en la hipótesis de fondo: “Mediante análisis en situación […] es posible descifrar las relaciones que los grupos y los individuos mantienen con las instituciones. Más allá de las racionalizaciones ideológicas, jurídicas, sociológicas, económicas o políticas, la dilucidación de estas relaciones pone de relieve que el vínculo social es, ante todo, un acondicionamiento del no saber de los actores respecto de la organización social” (Lourau, 1975: 264 –destacado mío). La perspectiva se advierte desde ya más compleja. Apunta claramente a un acoplamiento del individuo con la comunicación. Aquel alejamiento monástico del grupo de discusión de las operaciones en el mundo se revierte aquí en la pregunta por el acondicionamiento en la contextura de la organización, para lo cual se piensa en una arquitectura de dos caras que, a pesar del lenguaje, remite a semántica y estructura social. Dice Lourau: “La unidad positiva de todo agrupamiento se apoya en un consenso o en una regla exterior al grupo, o en ambos a la vez. El consenso puede ser el del sentido común, el de la solidaridad ‘mecánica’ u ‘orgánica’, el de la creencia común, etc. El reglamento puede estar más o menos interiorizado o ser vivido como coerción pura, según se trate de un reglamento elaborado por la colectividad o aceptado por ella” (Lourau, 1975: 264). Lourau propone también lo que denomina un criterio de transversalidad que articula la autodescripción de la autonomía del grupo con las estructuras de expectativas del entorno (los ‘límites objetivos’ de la autonomía) (Lourau, 1975: 267), así como las distinciones entre distancia e implicación institucional y distancia e implicación práctica, o aquellas referidas a la implicación paradigmática o simbólica (Lourau, 1975: 267). Lapropuestaparece tener algunavalidezparael análisisde lasorganizaciones, pues incluye de variadas maneras la pregunta por las condiciones de membresía —es decir, de inclusión/exclusión en una organización—, y se interroga además por las estructuras de expectativas fijadas en procedimientos y reglamentos que operan como soporte de los temas de comunicación organizacional. Sin embargo, la gran potencialidad que Ibáñez veía en esta técnica se basaba, nuevamente, en su capacidad de transformación de la sociedad, lo que él creía posible a través del hecho que “la acción sobre el microgrupo repercuta sobre el macrogrupo” (Ibáñez, 1991: 126). Esto podría haber tenido algún efecto en las bandas de cazadores recolectores, pero no en una sociedad moderna funcionalmente diferenciada donde la estructura social y la semántica sistémica evolutivamente construidas probabilizan constantemente determinadas cadenas de selección, las que, de todos modos, no pierden su especificación contingente, aun cuando su cambio sea en escala evolutiva. Lo central de la investigación sistémica en la organización es observar cómo la estructura y semántica organizacional se acoplan al plano funcional y cómo su interacción comunica también acorde con esos criterios en el marco propio de la autopoiesis organizacional de las decisiones (Rodríguez, 1992), aun cuando se

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