La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista

202 Aldo Mascareño contextura del preceptor, pues cuando la comunicación se desvía —como siempre lo hace la comunicación— éste debe volver a encauzarla en el rumbo esperado, un paralelo con la ‘ciencia del Estado’ que habría aterrado a Ibáñez. Por otro lado, los límites de su número (5 a 10) impiden pensar en su aplicación en grupos constituidos, o lo permiten sólo para algunos: un equipo de básquetbol podría ser, pero no uno de futbol; las organizaciones quedan desde ahí descartadas. Aunque sin duda lo más relevante es esta pretendida autarquía del grupo frente a la comunicación en el plano organizacional o funcional. Con ello, lo que nos dice Ibáñez es que el grupo de discusión puede generar una semántica desacoplada de las operaciones en su entorno interaccional, organizacional o funcional. Esto, que puede ser muy útil para convencer a 10 personas de que tomen la Casa Blanca hasta que el capitalismo caiga, sólo puede ser entendido desde un punto de vista sistémico como una estrategia para aumentar la contingencia de la comunicación mediante semánticas anticipatorias o actualizaciones de lo que el tiempo había borrado –sin mencionar lo peligroso que ello puede llegar a ser para los 10 héroes. Pero, como siempre, queda entregado a la evolución si la variación introducida por el grupo de discusión es seleccionada para una reestabilización estructural, en este caso, la altamente improbable caída del capitalismo. Esto por lo demás interesa poco a una investigación sistémica, salvo que esté preocupada por el problema de la intervención, pero para eso ya hay teoría construida sobre el fundamento de la clausura operativa (Willke, 1995). El grupo de discusión puede, no obstante, tener una utilidad para la investigación sistémica en un sentido muy distinto al propuesto por Ibáñez: en la investigación de la semántica contemporánea o en su transformación, si la técnica se aplica en series temporales. Queda excluido de esto el pasado, es decir, formar grupos de discusión para indagar qué se pensaba del amor hace cincuenta años, pues la hecha sería ya una descripción en el presente –aunque esto se puede reformular en términos de la evolución de la semántica del amor desde la perspectiva del presente. Semánticas sistémicas relevantes pueden ser indagadas por esta técnica, lo que excluye la contexturalidad del preceptor en tanto los temas son lo suficientemente amplios para encontrar ‘acuerdos’ (o acuerdos en los desacuerdos): además del amor, la democracia, el individualismo, la solidaridad. Sería necesario interrogarse por la forma de construcción muestral y por el modo de normalizar la localización del grupo con la universalidad de la semántica, así como controlar el riesgo de que los resultados obtenidos sean reflejo de esa universalidad y no precisamente lo que Ibáñez pretende, esto es, una comunicación de variación con vistas a la transformación del mundo. Asegurarse de esto requiere, sin embargo, soluciones técnicas, no teóricas que deben construirse en el rediseño de la estrategia sobre base sistémica. En un plano distinto se sitúa el socioanálisis, que Ibáñez atribuye al nivel de sistema y a una perspectiva de investigación dialéctica. René Lourau expone esta

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