La nueva teoría social en Hispanoamérica: introducción a la teoría de sistemas constructivista
200 Aldo Mascareño similar, como lo avanza la investigación cognitiva en psicología (Cornejo 2004), pero ello justamente excluye la existencia de una unidad entre conciencia y comunicación (aunque por cierto reclama su acoplamiento). Por lo demás, si así fuera, si hubiera unidad entre conciencia y comunicación no se requeriría de lenguaje, lo que sin duda habría sido fatal para Ibáñez. Es cierto que Spencer-Brown piensa en un ‘sujeto’ —como lo hemos indicado más arriba— pero esa figura simplemente asocia esta dimensión de su propuesta a una tradición logocéntrica y fonocéntrica que presupone un pensamiento y un hablante en el que hay una unidad entre el querer-decir y el decir que se hace extensible a los otros involucrados, unidad que la teoría de la comunicación de Luhmann precisamente evita por la diferencia de tres cifras (información, conducta comunicativa — Mitteilung — y comprensión) y el teorema de la doble contingencia. “El orden social es el orden del decir”, dice Ibáñez (Ibáñez, 1991: 101). Sistémicamente hablando , el orden del decir es sólo un modo de expresar (conducta de notificación) una distinción (información) en un proceso de selectividad coordinada que opera a partir de ego (comprensión) desde el presente hacia el pasado. Es ahí donde emerge el orden social (Luhmann, 1991: 151 y ss.), ahí es donde hay que buscar su archiescritura —como diría Derrida—, su policontexturalidad –como diría Günther. Comunicación no es habla, no es lenguaje, es un complejo temporalizado de distinciones que en la sociedad moderna se organizan en múltiples atractores (medios simbólicos) a partir de los cuales se constituyen estructuras (procedimientos, programas, expectativas) y semántica (temas, contenidos) que probabilizan la coordinación de la selectividad en un sentido o en otro, o en un sentido y no en otro. Quizás el problema de fondo que distancie las propuestas de Ibáñez de su aplicabilidad a la investigación sistémica sea su pretensión de ‘liberar a las clases oprimidas’: “Esta técnica [el grupo de discusión] se ha desarrollado en España al servicio de la publicidad y la propaganda: para manipular mediante el lenguaje a los consumidores y votantes. Se extrae información de las bases para que las cúpulas inyecten neguentropía en ellas en forma de publicidad y propaganda. ¿Cómo se podría transformar esta técnica, de estructural –extraer saber– en dialéctica –inyecta poder?” (Ibáñez, 1991: 116). Nada hay de reprochable en esa pretensión, pero si ello es lo que está en el fondo, entonces la autorreferencia (en el sentido de Varela) a la que se supedita el método es la del investigador-interventor, no la contextura de la cual se trate, salvo que ella coincida con la liberación buscada. Ibáñez en esto es sumamente claro: la estadística reproduce la estructura de control (“Los que mandan pueden preguntar, los mandados deben responder”) (Ibáñez, 1991: 134), en tanto que el grupo de discusión y el socioanálisis “son dispositivos de promoción del cambio” (Ibáñez, 1991: 164). Los tres métodos operarían respectivamente para los elementos (perspectiva distributiva), la estructura (perspectiva estructural) y el sistema (perspectiva dialéctica).
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