La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
96 Una que el barco se ha alejado, deja la ribera Ulises y debe pasar frente a un grupo de viejos marinos, a los que enrostra el haberse tranquilizado y aceptado las limitaciones de la vejez. Entre esos ancianos está un antiguo aedo que alguna vez animó festines y banquetes. Odiseo recuerda que Laertes una vez premió a ese cantor con una cigarra de oro. Por eso, aparece aquí fugazmente la figura del padre: Bien distingo desigual tu faz de los afeites; tú eres mi gran cantador que una cálida tarde cantaste en los festines de la alegría y se levantó / mi viejo padre y clavó en tu pecho elocuente una cigarra de-alas-de-oro. ¡Ahora ha muerto el divino insecto y sólo queda el bagazo! 156 Cuando ya Itaca ha quedado atrás para siempre y Odiseo y sus nuevos compañeros caminan por Lacedemonia en demanda de la ciudad de Esparta, aquél saca un cristal maravilloso que le había regalado Calipso y, que cual ojo omnividente, mostraba el pasado y el futuro y el mundo entero. Ahora, contemplaba a su patria, al hijo, al padre, a la mujer y a sus bienes desvanecerse allá en las baldosas de su patio y no admitía – cual deidad – que su alma se conturbara. En el corazón de África, mientras departe con los compañeros que salieron con él de Itaca, Odiseo recuerda que no dejó su isla patria sin dolor; reconoce que sufrió al separarse de los suyos; e incluye entre ellos al padre, entonces recién muerto: Los ojos negros del conductor-de-almas brillaron apacibles; tomó la copa y la colmó, bebe por última vez: ―En una isla, en los confines de la tierra, despedí una noche, - no era un sueño, lo sé – por vez postrera a mi hijo; recuerdo que sufrí, pues muy difícil es en esta tierra, donde los cuerpos se abrazan y se quieren uno al otro, separarse para siempre de mujer, hijo, padre y hacienda‖ 157 . 156 Ibídem, II, 685-689. 157 Ibídem, XIII, 1275-1281.
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