La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

93 mas él, con el cuello apoyado en el viejo olivo, se agitó / ya sin mirada; lejos de los vivientes, sus ojos empañados ya se detenían en el umbral del Hades, y giraba pálido su rostro y se despedía sin habla, sin dolor, del mundo de la tierra. Se arrodilló la nodriza, lamentándose, al lado del moribundo: ―Mandad, señor, si envío un esclavo a dar aviso / a tu hijo‖. Pero el anciano oyó, giró los ojos y se trabó su lengua y con los dedos translúcidos toma a la nodriza para que / no se mueva. Blandamente comenzaba a lloviznar sobre / los árboles floridos; se velaron las flores, la tierra esparció su aroma, / se balanceó un cuclillo en la copa del olivo y sacudió sus alas empapadas. Dobló el abuelo la cabeza; olió la tierra mojada. Igual que un terrón del campo cuando ha llovido, / su entendimiento se deshizo y en su mente comenzaron a girar lentamente los bueyes; tiene cogida con fuerza la reja del arado; se hunden sus pies / en los surcos. Alondras, gorriones y cigüeñas vuelan bajo clamando: ―Vuelve a romper la tierra, abuelo, y vuelve a ararla para / que comamos‖. Y él escuchaba a los pájaros, a los animales aguijaba / y sus entrañas como la gleba se abrían y las aves entraban / y salían, picoteando. Tales alegrías y recuerdos ascendían en el alma de Laertes y lentamente, con palabras confusas, mueve hacia atrás / las manos, extendiéndolas al viento como el sembrador que siembra. Y el aya, adivinando el deseo secreto del viejo labrador, llena de prisa el velo con unos granos de trigo y los vacía en el regazo del abuelo, ya extraviada su mente. Y al sentir él la sagrada semilla en sus trémulas manos, se reanima y sonríe mudamente y algo se reincorpora. Seguía lloviznando, la tierra se ablandaba y de las cárcavas / vecinas,

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