La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

92 y arrojó el entendimiento un postrer destello a la cabeza / ya en tiniebla. Ahora distingue su jardín amado; gozosas tiende las manos y de todos sus árboles despídese en voz baja, sus nombres: ―¡Dulce manzano con tus manzanas y tú, mi parra moscatel, y mi higuera, amor de miel, y mi puro almendral, os digo adiós; bajo a la tierra; madres-raíces, devoradme; fui yo también un fruto de la tierra y me deshago, /una hoja seca y caigo! Agitando los rabos corrieron hacia él sus dos perros / blancos, anhelantes se precipitan sobre él y gruñen, serenándose. Les cuelga el anciano sus manos en las delgadas costillas y goza el perfume de la tierra y el calor de los canes. Con un leve velo de niebla lucen los árboles / enteramente florecidos y se lanzan sobre ellos las abejas y los ramos se mecen; dos borreguillas que crió el abuelo balando se acercaron y buscan lamer las queridas manos conocidas. El cachorro de ciervo irguió con suavidad su avisada cabeza, reconoció al anciano al punto y sus dos grandes / ojos centellearon y quedamente, cual un príncipe, camina a saludarlo; y el viejo, como tronco añoso, todos los animales / a su sombra recibía. A su lado permanecía muda la mujer y las lágrimas / le corrían, bien sabía que el espíritu es una lámpara que da luz / y se extingue: el anciano patrón por vez postrera del mundo despedíase. Un gran cuervo, ya viejo, criado por el abuelo, Salta también él gozoso y se posa en su hombro derecho; se estremeció el anciano al sentir el rudo pico en sus oídos; cierra los ojos y un copioso sudor le brota entonces. Lanza la nodriza un grito ronco, se juntan los criados y los vaqueros que salían conduciendo el ganado a los pastíos, y acudieron también los zagalejos con sus bastones arqueados. Rodean al amo los domésticos; piadosamente sostienen / sus rodillas secas y sus húmedas manos a fin de que no parta;

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