La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
91 y ahora que quedó solo como un conejo en la heredad, volvióla a tomar para que cuide su aciaga senectud. A esta anciana es a la que toca hoy al alba con el pie. Y la mujer, espantada, abre los ojos y en la niebla azulada la calva cabeza del anciano ve lucir; divisa también dos alas negras caer encima de él. ―¡Al pobre viejo lo alcanza la sombra de la muerte, / y muerte huele!‖, se dice en secreto la anciana, pero no habla; se echa /la mantilla a la cabeza; enciende rápido fuego y hierve menta perfumada para que beba el viejecillo, que tirita, y se afirme / así su corazón; pero él en silencio mira la puerta, temblando de tardarse. Y la anciana adivina que en llegar al jardín se apresura, para rendir el alma en las santas raíces de los árboles; le echa encima un manto tibio, lo estrecha con sus / y lo lleva; atraviesan el atrio; el cerrojo trémulos descorren y toman los dos vacilantes la subida del solar. Pende el tiempo nublado en el alba-llorosa; perfuma la tierra y las hojas del olivo destilan rocío; y el brumoso amanecer como infante en la cuna solloza. Un gran cuervo a siniestra pasó silbando con sus alas, y alzó la mujer la cabeza, maldiciendo la carroña, pero tras él aparecieron otros y alegres graznaban en coro; jugaban y se refocilaban en sus cópulas, en la escasa luz, y ni cadáver de viejo olisqueaban ni escuchaban / a la pobre anciana. Clareaba ya cuando llegaron al vallado del huerto; ya despertaban y comenzaban el trabajo los escasos esclavos, y en la húmeda brisa cantan los gallos, el cuello bien erguido. Cae el anciano y la mujer lo apoya entonces en la oquedad del olivo ancestral que custodia la entrada, y un cuenco /le da a beber de vino añejo para que cobren fuerza sus rodillas. A dos manos sostiene el viejecillo el licor de vida que rebalsa, y bebe el pobre trago a trago para vigorizar su corazón. Volvió a entibiarse su ser en sus raíces, tornó la / a sus pupilas
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