La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

86 siempre de su tierra y su familia, ésta le parece otro rostro de la muerte. Y lo dominan sentimientos despectivos para con su esposa y su hijo: Sella sus labios amargos y no pronuncia ya palabra. Contemplaba el fuego que se sumía, la llama que se marchitó, cómo se espolvoreaba y se extendía en el rescoldo la ceniza. Vuélvese y mira a su mujer, divisa al hijo y al padre, y estremecióse de súbito, suspiró y tocó sus labios / con la mano: ahora comprendía: también era la patria rostro / de la muerte. [...] Estrecho como aprisco de pastor parecióle / el palacio paterno, una ama de casa ya marchita también esa mujercilla, y el hijo, como anciano octogenario, todo lo pesa / con cuidado 149 . A la mirada a los tres parientes, sólo sigue la observación sobre la mujer y el vástago. Sobre el padre no hay un juicio. Veamos cuál es la actitud de los que han escuchado el relato. Al callar Odiseo, ―entristecido‖, Penélope deja caer el huso y llora, impresionada por las temeridades e infidelidades de su esposo. Telémaco mira con horror la figura de su padre, que ―pisotea los límites‖ y ―destruye el sagrado orden que sostiene al mundo‖. Laertes, en cambio, no reacciona, condenando o criticando a su hijo. Parece haber dormido un tanto durante la relación y acaso ésta le inspire lo que ahora está soñando: Y sumido en su sueño, el abuelo decrépito soñaba: Tenía no tenía veinte años y aparejaba un bajel con triples parejas de remeros para partir a raptar a una esposa. Pero en la entrada del puerto estaba posado un cangrejo y extendía un junco verde, flexible como un arco, y al novio impedía partir y al navío navegar. Pero antes del relato de Ulises, Laertes había realizado el primero de los dos movimientos que le vemos hacer en el poema. Había salido al huerto del palacio para acostarse en la tierra. 149 Ibídem, II, 429-234 y 437-439.

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