La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

82 bajo la férula de su padre, a conocer los nombres de las plantas, a labrar, plantar, cuidar, hacer crecer y prosperar los productos de la tierra‖ 141 . Henderson destaca también el que Homero no sitúe la escena en otro de los variados lugares de la isla: ―Hemos sido conducidos al huerto; no a la hacienda, no al palacio, no simplemente a la isla, para el reconocimiento del padre y del hijo‖ 142 . Sin duda, para Kazantzakis, la escena de la anagnórisis en Homero es la que orienta su tratamiento del personaje. Laertes no muere en la Odisea antigua. Antes bien, recupera por obra divina su vigor y apostura. En la nueva Odisea , el descuido y ruina física en que lo halla su hijo preludian el rápido final. Morirá, pues, el anciano de las pocas palabras, el que habla cinco veces en Homero y dos en Kazantzakis. En la nueva Odisea habla una vez a la tierra y otra a sus árboles 143 . Padre e hijo no cruzan palabras entre ellos. Al enterrar a su progenitor, Odiseo gritará tres veces el nombre de su padre frente al sepulcro. Serán sus únicas palabras. Y el nombre no aparece en ese pasaje. Solamente se relata que Ulises gritó su nombre. Antes de presentar las dos bellas escenas del sueño y de la muerte de Laertes, sigamos su parca presencia en el oceánico poema kazantzakiano. 141 Francoise Frontisi-Ducaux y Jean-Pierre Vernant: “En el espejo de Penélope”, en En el ojo del espejo . Trad. Horacio Pons, F. C. E., Buenos Aires, 1999, pp. 203-204. Verdad es que Laertes había sido rey y había tenido alguna actuación guerrera exitosa. En un momento, cuando él mismo plantea la necesidad de prepararse para enfrentar la reacción de los itacentes parientes de los pretendientes, recuerda aquellos años, que ahora desearía revivir para haber podido combatir con vigor a los insolentes jóvenes: “Ojalá me hallase, ¡oh padre Zeus, Atenea, Apolo!, como cuando reinaba sobre los cefalenos y tomé a Nérico, ciudad bien construida, allá en la punta del continente: si, siendo tal, me hubiera hallado ayer en nuestra casa, con los hombros cubiertos por la armadura, a tu lado y rechazando a los pretendientes, yo les quebrara a muchos las rodillas en el palacio y tu alma se regocijara al contemplarlo”. Luego de haber sido mejorado en su aspecto físico por Atenea, Laertes llega incluso a vestir armadura, junto a Odiseo, Telémaco y los seis hijos de Dolio. El anciano y este último “aunque ya estaban canosos”, tomaron las armas, “pues la necesidad los obligó a ser guerreros” (XXIV,351-355 y 499) (Por única vez, se llama aquí a Laertes “pastor de hombres”). Pero, aparte de este recuerdo de otra época y de la preparación para un combate que finalmente no se produjo, la imagen de Laertes que nos deja Homero es la del hombre de campo, el hombre de los árboles y de los animales. 142 Cit. por C. Bocchetti, op. cit., p. 96. 143 Odisea K , I, 938-961 y II, 507-510.

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