La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
81 que dijo que su padre era Laertes Arcesíada. Laertes lo interroga con palabras desgarradoras: ―¿Cuántos años ha que acogiste a ese tu infeliz huésped, a mi hijo infortunado, si todo no ha sido un sueño? Alejado de sus amigos en el continente y de su tierra patria, o se lo comieron los peces en el ponto, o fue pasto, en el continente, de las fieras y de las aves: y ni su madre lo amortajó, llorándole conmigo, que lo engendramos; ni su rica mujer, la discreta Penélope, gimió sobre el lecho fúnebre de su marido, como era justo, ni le cerró los ojos‖ 139 . Cuando Odiseo termina su falso relato, ―negra nube de pesar envolvió a Laertes, que tomó ceniza con ambas manos y echóla sobre su cabeza cana, suspirando muy gravemente‖. Es entonces cuando Odiseo no puede ya ocultar su emoción y descubre su identidad: ―Yo soy, oh padre, ese mismo por quien preguntas, que tornó en el vigésimo año a la patria tierra. Pero cesen tu llanto, tus sollozos y tus lágrimas‖. Cuando Laertes pide una señal que lo convenza de la verdad de las palabras del hasta entonces para él un forastero, éste le da dos pruebas. Una es la cicatriz que le hizo en una pierna un jabalí que cazó en su adolescencia, en el monte Parnaso. La otra es la enumeración de los árboles que su padre le había regalado cuando él era sólo un niño: trece perales, diez manzanos, cuarenta higueras, cincuenta filas de vides. Es verdad que el anciano irá luego a la ciudad acompañando al hijo y recuperará el sitial social que le correspondía como padre del rey 140 . Pero este anagnorismós , este último reconocimiento, sitúa a Laertes en el marco de la naturaleza: ―Ya no estamos en el interior del palacio, ni en el espacioso salón donde las personas se reúnen en gran número para festejar, escuchar el canto del aedo, conversar y discutir; hemos salido de las proezas guerreras, de los derramamientos de sangre, de la vida heroica, de las expediciones a países remotos. En contrapunto, como un paréntesis bucólico, henos aquí en la soledad de un jardín cuidadosamente mantenido, con sus filas de cepas y el amplio abanico de sus árboles frutales. Esta otra cara de la vida en Itaca, agrícola, apacible y no ya violenta, se coloca bajo el signo de la vejez y de la primera infancia. Frente a Telémaco, Ulises, para hacerse reconocer, se ponía en la posición del padre que pretende que lo obedezcan. Ante Laertes, en ese marco de dulzura agreste, recupera sus primeros años, cuando aprendía, dócil y 139 Ibídem, XIV, 288-296. 140 Susana Reboreda Morillo: “Odiseo: el héroe peculiar”, en J. C. Bermejo, F. J. González y S. Reboreda : Los orígenes de la mitología griega . Ediciones Akal, Madrid, 1996, p. 409.
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