La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
76 ¡Ya golpea su entraña no tocada la planta del hijo pequeñito! Borda su ajuar de nupcias en la ventana la madre, y cuelgan, al doblarse, sus cabellos espesos sobre su labor y van y vienen veloces sus dedos y el bordado se eleva desde el pequeño corazón de la muchacha, y se extiende y amarra con hebras carmines y azafrán sus ensueños ocultos. Un bajel borda y un mar, remos y unos hombrecillos negros y un hijo – el capitán – con un ceñidor bermejo y corre y vuela el pensamiento de la niña como el agua, y pasa 127 . La madre borda presintiendo la vocación marina de su futuro hijo, como bordará Penélope las peripecias de su esposo en el mar, en esta Odisea nueva. Enseguida, el moribundo asceta recuerda su nacimiento en una playa de Itaca, cómo se agitaba en el vientre materno, cómo se tranquilizó allí dentro, al escuchar el canto de un marinero que pasaba en su barca; cómo nació y cayó a la arena y se oyeron sus primeros llantos: Pálida bajó mi madre al mes noveno a la playa a jugar suavemente con su ayas para refrescar su mente, y para respirar del fruto grave que le llenaba el regazo. A la tierra toda, la madre de-mil-maridos, cogieron los dolores; se sentó entre las nodrizas por las rocas y grita; las criaturas del barro, del cerebro, le tiemblan con terror, el alma, el aire y el pan, y las ideas señoriales se yerguen igual que amas y aguardan al infante. Y cuando, tranquila ya, mi madre a la orilla azul se encaminaba, siente como largas alas que dentro de ella se remontan, y golpeaba como a puertas de castillo el hijo su abultado vientre, y todo le parecía una profundo sueño, líquido espeso en el aire, y agitaba las manos con dulce esfuerzo y muy lento, para pasar. Divisa un viejo pescador cargado con sus redes y en la lejanía ve a un joven cazador con un arco tendido y a un dios que está sentado sobre un peñón de la costa y que mira a lo lejos el mar con un niño en los brazos: - ¡Propicia que sea tu hora, madre que das a luz y nido / que te abres! – Y la joven madre reía y jugaba con los gruesos guijarros; 127 Ibídem, XXIII, 201-220.
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