La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

72 Después de las últimas palabras de Anticlea que escuchamos (leemos), pasarán cerca de tres mil años hasta que la voz de la madre de Ulises reaparezca, en la misma lengua griega (evolucionada, sin duda), en otro poema dedicado al peregrinar de su hijo. Allá Odiseo sólo vio a la sombra de su madre muerta. Aquí sólo la ve en un sueño. En efecto, en medio del interminable andar de Ulises, en la Odisea de Kazantzakis, aparece la madre en un sueño. En el breve espacio de 44 versos - de los 33.333 del poema -, en el espacio de las palabras de Odiseo, ya anciano, que narra un sueño, en la cercanía de su muerte en los hielos antárticos, no sumergimos en un clima de dolorida emoción, que nos recuerda el encuentro de hijo y madre en la morada de Hades, allá en el tiempo de Homero. No oiremos la voz de Anticlea, aunque en un momento el propio Ulises en su hablar ponga palabras en labios de su madre. En el sueño, Ulises asiste a la agonía de su madre, a la que en el poema homérico no pudo acompañar en esa hora triste, pues se batía ante los muros de Troya o luchaba para escapar de los peligros que la animadversión de Poseidón ponía en su marítima senda. Ahora, en el fluir del tiempo incalculable de la nueva Odisea , el rudo lobo de mar ―de múltiple ingenio‖, ahora solitario y anciano asceta, después de haber vivido revoluciones y múltiples peripecias; habiendo dejado atrás los confines meridionales de África y realizado su penúltima navegación hacia los hielos antárticos, Odiseo, en la aldea polar donde encontrará luego a los últimos seres humanos, sueña con su madre. Revive aquí el hijo dolorido de la undécima rapsodia homérica. Quedan a un lado la ferocidad y las inclemencias que más de una vez ha demostrado en su caminar. Nos acercamos a un hombre transido de dolor, pleno de viva ternura para con la madre que agoniza. Cuando él recuerda ―la santa sonrisa melancólica‖ de Anticlea, nosotros recordamos los momentos en que Odiseo, al morir Laertes (en la nueva Odisea ), contempla emocionado el ―rostro santificado‖ de su anciano progenitor y procede con unción a darle sepultura 122 . Por años a su madre no la había visto más mientras dormía, dijérase que la tierra abrió su boca e íntegra la devoró; y no volvió a aparecer su santa sonrisa melancólica a conmover dulcemente el sueño de su hijo amado; y esto era una pena secreta en las entrañas del arquero 123 . 122 Odisea K, II, 590. El pasaje referente a los sentimientos de Odiseo al saber la muerte de su padre y de la sepultación de Laertes abarca los versos 579-598. 123 Odisea K, XXII, 606-610.

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