La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
71 ha podido volver a su tierra, de la que un día se alejó ―con dolor‖. Pero enseguida, es él quien interroga a su madre: Pero ahora pon mente a mi ruego y explica esto otro: ¿qué destino te vino a abatir en la muerte penosa? ¿Una larga dolencia? ¡O bien la saetera Artemisa te mató disparando sus flechas suaves? Mas dime de mi padre y el hijo que allí me dejé: ¿por ventura en mi puesto de honor se mantienen aún o ha pasado a algún otro de allá sin que nadie ya piense en mi vuelta? De mi esposa refiere también: ¿qué proyecta, qué hace? ¿Sigue al lado del niño guardándolo todo fielmente o casó con algún hombre aqueo mejor que los otros? 120 Anticlea da a Odiseo información sobre su esposa y su hijo, sin aludir a la conducta de los pretendientes. Penélope lo esperan y Telémaco gobierna su hacienda tranquilo. Sólo las noticias sobre Laertes son tristes. Detalla la madre la situación del anciano, que ―se está en el campo‖, ―con su pena‖, mientras ―su angustia se acrece‖, añorando a su hijo. Luego, Anticlea habla de su muerte, causada por la pena que la ausencia del hijo, ―luz‖ de su alma, le causaba. Esta última parte de la escena está empapada de tristeza ante la terrible realidad de la muerte: Ésta ha sido mi muerte también, tal cumplí mi destino: no acabó mi existencia en palacio la gran flechadora, la de tiro infalible, lanzando sus blandas saetas, ni cayó sobre mí enfermedad como aquellas que suelen, en fatal consunción, arrancar de los miembros el alma; no, mi Ulises, mi luz, fue mi pena por ti, fue el recuerdo, fue tu misma bondad quien dio fin a mi gozo y mi vida 121 . Entonces Odiseo trata de abrazar a su madre, avanzando tres veces hacia ella, pero no puede, pues ella ―a manera de ensueño o de sombra‖ se escapa de sus brazos. Con ―agudo dolor‖, le pregunta por qué no puede echarle los brazos para que ambos puedan saciarse ―de los rudos sollozos‖. Anticlea le explica que los difuntos son sólo una especie de sombra. Y lo exhorta a volver sin demora al mundo de la luz, de los vivientes. 120 Ibídem, 170-179. 121 Ibídem, 197-103.
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