La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

65 En otro de los pasajes más hermosos y emocionantes del poema, aparece por única vez la figura de la madre de Odiseo, de Anticlea, la mujer que murió de dolor durante la larga ausencia de su hijo. Aquí, en un sueño, Ulises es trasladado al palacio paterno, a Itaca, y vive la hora – que no vivió ni en la Odisea homérica ni en la nueva – de la muerte de su madre. Reproducimos íntegro el pasaje, rapsodia XXII, 606-653, en el ensayo titulado Anticlea, la madre lejana . Ya en los hielos antárticos, Odiseo vive unos días con el último grupo humano que encuentra, pequeño pueblo que depende de la caza de focas para vivir. Esa gran isla de hielo que dentro de poco se quebrará y desde su barca helada, el peregrino verá desaparecer en minutos a todos esos hombres que hacía poco rogaban a los espíritus les dieran abundante caza para seguir viviendo. Allí en desolación, la casi oscuridad y frío trasminante, el recuerdo de las tierras griegas, de las ―islas felices‖, entre las que está Itaca, viene a la mente del asceta ya casi moribundo, con intensa fuerza, como para desearlas: Y por allá en las islas de la felicidad, reía la mar de espaldas con el señor sol, y reían los prados; reseca el ardor la campiña, pero se levantó una brisa fresca; los segadores se tendieron a la sombra, sus brazos huelen a mosto picante y humean en el fresco sus axilas-y-pechos. Terminó la cosecha, y esta tarde comenzarán las fiestas, el patrón abrirá los patios para que entre la peonada, que coman y que beban y que venga el buen dios con sus / frescos racimos. Todo el esfuerzo del trabajo es humo y sube al cielo y juega pálido y se trueca en anillos en el traslumbramiento / del licor en las lejanas islas de la felicidad, entretejidas de parras. Albahacas y mejoranas, y mistral de vasto ponto, coqueta nevatilla de la mar, islas que en el éter flotáis, y nubecillas mías primaverales con pechos espumosos; ¡mi Dios, de tanto desearlas, se va a romper la mente del / arquero! 113 Itaca, la patria, es recordada, según hemos podido verlo, como ―celeste‖, ―azulada‖, ―dulce‖, ―feliz‖; como de noches ―cual almendro florecido‖; llena de perfume de pino, yerbabuena; entibiada por un sol benigno, 113 Ibídem, XXII, 1025-2038.

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