La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
36 inmóvil en la proa, grita: Eh, compañeros, abrid los ojos, las narices, la boca, las manos, abrid el espíritu; colmad vuestras entrañas 65 .» El exhaustivo examen que hace Stanford del tema de Odiseo a través de la literatura antigua, medieval y moderna, y que culmina con el estudio detallado del Ulises de Joyce y de la Odisea de Kazantzakis, no nos proporciona, con todo, algunos elementos de la moderna lírica griega que se entremezclan en la compleja concepción de los motivos de Itaca y de Odiseo, en el escritor cretense. Por eso, hemos procurado antes referirnos a ellos. En Carta al Greco, en el capítulo titulado "Cuando la semilla de la Odisea germinaba en mí" , hace Kazantzakis una emocionante evocación de Ulises, en la que se da también aquel traer el personaje remoto hasta nosotros mismos. El artista cretense recuerda en esas páginas la época angustiada en que dio por pasadas las «tres estaciones de su peregrinación», que habían sido Cristo, Buda y Lenin. La inquietud que lo atormentaba en su retiro de Creta fue disipándose a medida que iba haciéndose más nítido el nuevo camino de su vida y de su obra mayor, la Odisea. Sus dudas vinieron a desaparecer cuando reconoció a su verdadero y último guía: «¡Eras tú — ¿cómo podría dejar de reconocerte en seguida?—, eras tú, capitán del barco de Grecia, mi antepasado, mi amado tatarabuelo! Con tu gorro puntiagudo, tu espíritu insaciable y taimado que forja fábulas y se regocija de su mentira como de una obra de arte, ávido y tozudo, uniendo con soberana habilidad la prudencia del hombre al delirio divino, de pie sobre el barco de Grecia, sostienes el timón sin soltarlo desde hace millares de años y por millares de años [...]. Te miro por todas partes y mí mente siente vértigo. Ya te me apareces como un viejo centenario, ya como un hombre maduro de cabellos azules y rizados, salpicado de rocío del mar, ya como un niño pequeño que se ha prendido a la tierra y al mar, como a pechos maternos, y se amamanta. Te miro por todas partes y me esfuerzo por aprisionarte en el lenguaje, por inmovilizar tu rostro y poder decirte: ¡Ya te tengo! ¡Ya no te me escaparás! Pero tú haces estallar la palabra —¿cómo podría contenerte?—. Te deslizas y escapas, y oigo tu risa en el aire por encima de mi cabeza.» Y allí se dibuja también el sentido de la auténtica Itaca: «Y muy al principio, cuando aún no te conocía, coloqué en tu camino, para impedir tu partida, lo que yo creía la trampa más hábil. Pero tú habías reído a carcajadas, respirando profundamente, e Itaca había sido pulverizada. Fue entonces cuando comprendí, alabado seas tú, destructor-de-patrias, que Itaca no existe: no hay 65 N. Kazantzakis: Toda-Raba , traducción de Hernán del Solar, Editorial Ercilla, Santiago, 1937,
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