La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
32 Es la llama que lo maravilla en los monjes que mantiene el convento griego del Sinaí: «Este Monasterio de Sinaí es un milagro del espíritu. En medio de un hórrido desierto, en medio de razas ávidas de rapiña, de otras religiones, de otras lenguas, alrededor de una fuentecilla de agua, desde hace catorce siglos se levanta como fortaleza este Monasterio y se alza contra las fuerzas naturales y humanas que lo asedian. Después de una travesía de tres días por un desierto hosco, al enfrentar los floridos almendros del convento, mi corazón saltó: aquí —lo sentí—existe una conciencia humana superior; aquí la llama del hombre vence al desierto 56 ». La entrega apasionada a una causa sin esperanza caracteriza a los mejores personajes de Kazantzakis. Pocos son sus personajes no atormentados por un anhelo angustioso; pocos aquellos equilibrados por una fe clara en Dios. Para el escritor, el mito de Dios constituye, sin duda, un factor de paz, una garantía de tranquilidad. De ahí que al irse desmoronando el mito, al liberarse la conciencia humana de explicaciones extra naturales, el hombre ha ido acercándose a un estado de pureza, de autenticidad, al estado a que llega Ulises al término de su larga odisea. No ha llegado a él, pero se acerca a ese silencio helado y sereno en que Kazantzakis hace morir a su héroe, «tras de haberlo conducido a través de todas las etapas conocidas o adivinadas de la evolución histórica, filosófica, espiritual y humana», según la expresión de Izzet. En el poema, Dios toma diversas formas, al igual que la muerte; se va transformando hasta desaparecer del todo. Ello parece corresponder a un proceso histórico: la liberación de la humanidad de los mitos religiosos. Es el hombre actual, y en especial el hombre ateo contemporáneo, quien vive con más intensidad el drama épico de la vida. Y en esta etapa de la conciencia es cuando el espíritu humano puede alcanzar su vuelo más elevado y su dimensión más noble y excelsa. Es entonces cuando la lucha sin esperanzas se da en toda su grandeza. Y la capta Kazantzakis no sólo en la Odisea, sino incluso en otras de sus obras. Al respecto, dice Panayotópulos: «Quisiera destacar que Kazantzakis, más que ningún otro escritor, trajo a nuestras letras la conciencia de la grandeza. Pertenece a la raza de los hombres que hacen sentirse a cada uno en su más elevada estatura. Éste es el elemento épico de su creación [...] Sus libros semejan inmensos bosques donde ruge libremente el vendaval; se parecen a aquellas praderas por las que corren, impetuosos, potros indómitos. Apenas se abren, desde la primera frase, desde el primer párrafo, uno se sobrecoge». 56 N. Kazantzakis: Del monte Sinaí a la Isla de Venus , Traducción Andrés Lupo Canaleta, Obras Selectas , vol. II, Planeta, Barcelona, 1965.
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