La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

265 y una dulce compasión conmovió hondamente sus entrañas; abre con lentitud sus labios azulados y le da la bienvenida: ¡Caronte, cómo me has envejecido, cómo blanqueó tu cabello, y las negras amarguras y tormentos de qué modo te han lisiado! Donde tu rostro cruzaron con espada, allí golpearon el mío; donde se hirieron tus carnes, allí se hundieron las mías; y entre tus cejas diviso una oruga pequeñita; mi semblante inclino al agua y allí diviso el tuyo. ¡Caronte, mi gran asistente y perro de mi barco, mi camarada, que merodeabas cual sombra en torno / a mi sombra la vida entera y a veces te lanzabas adelante como un rey y a veces atrás / cual esclavo, cómo fuiste atormentado y cómo envejeciste en la tierra / también tú junto conmigo! Que seas bienvenido; tiéndete y ya y reposemos uno / al lado de otro. Sonríe Thánatos con dulzura y clava su mirada en los ojos azules, oscurísimos, del-de-mente-de-zorro; largo rato se miraban los dos viejos sin hablar y navegaban, meciendo quedamente los dos remos, en la era de mármol; y el sol insomne acariciaba las ancianas cabezas, cual ramalla encendía las barbas canas, despigadas, y se colgaba como festones de oro en sus cofias-de-zorro 360 . Así pues, además de la constante presencia de Caronte en su figura tradicional de los miroloÏs - a veces con variantes notables que no podemos aquí recordar, hemos mirado un poco las zoometamorfosis del señor del Hades, el que finalmente, luego de tomar sucesivamente varias apariencias de animales, vuelve a su figura humana. 360 Ibídem, XXIII, v. 143-182.

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