La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

264 Acaso ya he llegado al castillo-de-hielo de Caronte, y va a aparecer ahora, blanquísimo, en forma de elefante, / por encima de la nieve, con ojos colorados, él, el patrón, a darme la bienvenida. La más curiosa de las zoometamorfosis de Caronte ocurre en la barca- ataúd en que Odiseo se encamina los hielos polares. El poeta se dirige largamente al sol al comienzo de la rapsodia XXIII y le pide, entre otras cosas, que Caronte arribe, ya no en su negro corcel , sino "a grupas de un gallardo pensamiento". Luego se dirige a Caronte, en son de burla, pues Odiseo ha llegado a ser huesos y piel y nada ha dejado para el negro caballero. Caronte llega a la barca como una sombra ligera y se va transformando en cuervo, en perro de barco, en pavo real negrísimo y finalmente en un cisne negro cuyos ojos arden como rubíes, ιηκάξνο, θόξαθαο, καύξν θαξαβόζθπιν, παγόλη νιόκαπξν, καύξνο θύθλνο , antes de llegar a tomar la figura de un anciano absolutamente idéntico al anciano asceta Odiseo moribundo: Y he aquí que una sombra ligera se aposentó / en la proa espumosa, y se envolvía y desenvolvía y en la luz cual brisa brincaba y cambiaba de vista y de cuerpo de continuo / y cual peonza gira, ya cual hambriento cuervo que afilaba su pico, ya cual bravo perro de navío que aullaba sobre la proa, ya que repente un pavo real negrísimo que desplegaba / su abanico. Cual saeta la embarcación de piel de foca se deslizaba / por las aguas, y ahora un cisne negro refulgió sobre la proa, enamorado, y ardían sus ojos suavemente a la luz como rubíes. Mas poco a poco la sombra decantóse, y se dibujó un anciano de albos cabelllos matosos, con un río de barbas, y en su santa cabeza un gorro de zorro azul. Chispeaban sus pequeños ojos negros en una hondas órbitas, y suavemente sus brazos gruesos y sus manos alargadas como remando agitaba y mecía quedamente / escálamos-de-sombra. Odiseo saluda con emoción al gran compañero de su vida. Caronte adquiere aquí aun más vida de la que le conocemos en la poesía popular. Se humaniza, navegando junto al anciano asceta al que parece ser gemelo en todo, incluso en la oruga que se ha enroscado entre las cejas de Odiseo. El-de-espíritu-veloz se sonrió y percibió enseguida quién era aquél que se sentó en la proa y que cogió sus remos; viejas trampas se movían y los huesos rechinaba a fin de dar lugar a ese grande visitante, el-tres-veces-noble. No respira, observando largo rato, sin moverse, / al viejo-camarada,

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