La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
263 y no volvió a aparecer su santa sonrisa melancólica a conmover dulcemente el sueño de su hijo amado, y eso era una pena secreta en las entrañas del arquero. El pasaje, como decíamos, es muy hermoso. Pero aquí nos interesa el papel de Caronte. La madre en ese sueño agoniza, pero Odiseo trata de convencerla que sólo se trata de una pesadilla y le habla todo el tiempo, pero en vano, pues el gran pulpo Caronte ν κέγαο Χηάπνδαο ν Χάξνληαο la va tomando con sus tentáculos: La noche entera clamaba el hijo y sostenía en sus brazos, luchando con manos invisibles, a la madre, para que no parta; pero el gran Octópodo Caronte la arrastraba de los pies, que ya se helaban, y se extendía, mudo, subiendo sus tentáculos en sus viejas y delgadas piernas, las rodillas, la cintura... 357 En la rapsodia XX, Caronte nuevamente adopta la forma de un insecto. En los dominios de un gran señor Hedonista, que tiene su torre en un lugar cenagoso y pestífero, Caronte aparece como un escorpión y alcanza a manchar con su veneno a Ulises: Hambre y hedor, las hienas monstruosas entraban-y-salían / por las casas, y Caronte como escorpión, su cauda por los patios levantaba, y al pasar, el solitario salpicóse de su verde veneno 358 . Y en el extremo sur de África, listo para comenzar a construir su última barca, que tendrá forma de ataúd, Odiseo tiene la presencia del anciano Caronte - que ha ido envejeciendo paralelamente al peregrino - bajo la forma de un blanquísimo elefant e γέξν-Χάξνληαο, ν θάηαζπξνο ειέθαο Odiseo está rememorando las innumerables experiencias de su larga vida y de su incesante viajar. Y le viene entre otras la imagen de Caronte: En su mente a lo lejos, los cisnes albos levantáronse, con ojos-de-rubí, los bueyes velludos y tibios, las nieves atorreonadas; el viejo-Caronte, el blanquísimo elefante, en medio de la noche, con sus dulces ojuelos que nos seducen tristemente 359 . Poco más tarde, ya navegando entre la frías aguas polares hacia su fin, encuentra una especie de país de hielo. Choca contra ella y se despedaza su barca. Logra subir a la masa helada, donde encuentra una soledad total. Reflexionando, dice así, nombrando a Caronte como el elefante blanco que lo conducirá al Hades: 357 Kazantzakis: Odisea, XXII, v. 606-610 y 640-644. Todo el pasaje va desde el v. 606 hasta el 652. 358 Ibídem, XX, 343-345. 359 Ibídem, XXI, v. 763-766.
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