La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

253 y se oyó de repente un terrible alarido en las entrañas: "¡Auxilio!" Y mientras así gritaba, en los hondos sótanos del arquero las entrañas comenzaron a temblar y las tumbas se abrieron. ¡Ah, cómo se arrojan los muertos a beber la tibieza del hombre! Agachado, el matador se estremece viendo a los antepasados, a los viejos amigos que desaparecieron, a las sombras que amaba, abalanzarse apiñados para beber sus venas y poder revivir. Se precipitan en oleadas a su entraña y gimen los difuntos; abrazan sus pies y los besan, se cuelgan de sus costados, y los más temerarios chillan sobre sus cráneo igual como halcones: "¡Quiero tomar tu sangre - gimen - para poder erguirme sobre el suelo; para volver a comer un trozo de pan dulce, beber una gota de agua, para rozar otra vez en la noche un suave cuerpo de mujer!" Pero Ulises se muestra despiadado con los difuntos, incluso con su padre: Mas él, implacablemente, escoge en el sumidero de su corazón; tenía en la mano un palo largo y rechaza a aquellas sombras: "Atrás, derrumbaos en el Tártaro; no vuelvas nunca más; cosa difícil te has elegido: agua, pan, mujer." Su padre apareció y extendióle sus trémulos labios, pero con el talón aparta el hijo de sí a su progenitor: "Padre, tu viña en la tierra bien la cultivaste; ¡comiste y bebiste y engendraste un hijo mejor que tú, y basta!" Se precipitan los antepasados, abuelos, bisabuelos, como / animales jadeantes, pero alza su aguijada el-de-doble-origen y los derrumba en el Hades: "Ya no tiene la tierra necesidad de vosotros; no puede volver atrás; al oscuro abuelo ha superado con sus gruesas quijadas, ¡y es una vergüenza que se desperdicie la sangre del vástago para hacer revivir sobre la tierra su ancestro-simio!" (332-345) De pronto aparece la figura querida de Stridás; pero a pesar de su dolor, Odiseo no puede darle sangre; y enseguida, cuando quiere adentrarse en la memoria para ver otras sombras, divisa a Karterós, el herrero, a quien había dejado como rey en Creta. Más de improviso palpita el corazón, palidece el-de-mente-de-león: allá, en un extremo, divisa a Ostrero que abre-y-cierra los labios, y se arrastra hacia la cavidad del corazón a beber una gota de sangre. «¡Mi Stridás!», grita, y abre con ímpetu los brazos anhelantes. Y él alzó la mirada, pálido, y le sonríe amargamente; trata de sacar una palabra, mas no puede; su garganta está carbonizada, y se arrastra hasta el corazón del compañero para poder revivir. Se llenaron de lágrimas los ojos del arquero, pero levanta el cayado:

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