La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
251 Crió alas la mente del varón-de-siete-almas y se alzó cual cigüeña; y sus ensangrentadas manos, el cuello y las rodillas le temblaron al percibir cómo tantean vacilantes los invisibles espíritus quién es, amigo o enemigo, qué busca y qué lleva en el hombro, y topaban la cratera, diz que muchos picos pequeños picoteaban. Y cual un cazador de aves que deja caer cebada y la esparce en el suelo, así sobre las lápidas gruesas gotas de sangre derramaba y con cloqueo gutural a las almas llamaba que vengan a comer. En medio de la tumba se arrodilla y descubrió la negra cárcava y se mezcla el tibio aliento del que vive, con las quijadas de los muertos y hacia la tierra vierte la vasija, como un cuello segado. Y formaba la sangre hilillos gorgoteantes que descendían al Hades. Como animales enlodados que duermen, de espaldas en el suelo / deshacíanse, estrechamente apilados los difuntos, con sus blancas calaveras / roídas por el polvo. (714-737) El encuentro con los difuntos se da aquí sobre la tierra, a plena luz y a pleno sol, y no en el sombrío mundo subterráneo antiguo de los muertos. Pero en un momento, Ulises, poniéndose su oído pegado al suelo, escucha los rumores del Hades. Sobre la tierra ha derramado la sangre que, como en la Odisea antigua, permitirá a los espíritus una cierta forma de breve revivir. Al borde de la fosa funeraria agachóse el rodador-de-mundos y hundiendo el oído en la tierra en el Hades escuchaba crujir los huesos y los cuellos cobrar nuevamente consistencia y rudos entre la tierra los puños agarrar las dagas, y cual tiendas de guerra lejanas las tumbas resonaban. Bebían la sangre humana, se animaban y relamiéndose los labios, hacia la luz alzaban las cabezas fangosas, moviéndose cual sierpes que como trenzas al sol se contonean. Y en tanto ellos se animaban, gemían también vigor cobraba / el alma de Odiseo. Erguido se mantiene y con sus pies aparta las piedras de los sepulcros, arcillas y cenizas de toros ofrendados y de este modo forma un corro festivo en el cercado de la Muerte. Lanza la túnica lejos de los hombros y al sol resplandeció / su cuerpo enjuto. ( 738-750) Enteramente desnudo, luciendo en su cuerpo cicatrices y tatuajes de los astros del Zodíaco, Odiseo - como en otras ocasiones importantes en su peregrinar - empieza una danza, suave al comienzo, y entona una invocación a los difuntos, que se transforma en un elogio de la lápida. A medida que despiertan y reviven, los espíritus se agarran de brazos, piernas, pies y cuello de Odiseo, hilvanándose así una vertiginosa y fantasmagórica danza.
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