La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
250 y tomó el viejo sendero-de-recodos de las enmohecidas tumbas. En su pecho cual cangrejos brincan todos los muertos y extienden sus tenazas desfallecidas y sus vientres cetrinos. "¡Ay de mí, se multiplicaron los difuntos y me arrojarán por tierra!" Mas cuando lo golpeó la brisa de la montaña verde, / volvió a reanimarse. (I, 668-687) Por unos momentos se distrae Ulises, gozando de la naturaleza de su isla. Pero vuelven a llamarlo los muertos. Sigue caminando y llega al cercado jardín cementerio, sobre cuyo muro están posadas las almas bajo la forma de cornejas. Por cuánto tiempo en sus lechos de piedra, con las espadas al lado, las quijadas abiertas, no cerradas, esperan al vástago los muertos. Y temió el gran vagabundo que haya tardado en llegar y que ya los difuntos se hubieran perdido, sofocados por la yerba. Pero he aquí que ya aparece la terrible balaustrada, construida con sillares de bien cortados ángulos, ensamblados / cual huesos de cráneos. Negras almas, en forma de cornejas, se posaban alineadas / sobre el muro y en cuanto divisaron a Odiseo, que subía con las ánforas colmadas, abrieron los hondos y gruesos picos y mudas se apercharon, las unas en la higuera que, insaciable, devoraba / el gineceo-de-las-muertas; las otras en la encina que sorbía la vida de los varones enterrados. En el umbral sin-salida se detuvo en silencio el rodador-de-mundos; la roca aparta que obstruía la pasada, y entra al recinto. (697-709) El lugar parece quieto y apacible, bajo la yerba perfumada, el sol ardiente, y en el silencio de la vida ausente. Pero enseguida, Odiseo reconoce en un esqueleto al padre ignoto de su estirpe que lo observa. Y luego comienza a sentir la agitación de los espíritus de los muertos que se le apegan tratando de saber quién es el intruso y qué trae: En la pesada roca del dintel, esculpida en lo alto, una vieja grulla abría sus alas que vivieron-largos-viajes; magro carretero de los cielos, en su huesuda espalda y en las hondas cavidades de su cuello portaba unas golondrinas y jugando las mecía en el aire tibio. Y de pronto el vástago feroz se dio cuenta que en el esqueleto el padre desconocido de su ruda estirpe lo observaba. "¡Mil veces en hora buena te encontré, abuelo / refugio-de-golondrinas, exclama el matador y destapando el ánfora arroja sangre con los puños llenos para que reviva el abuelo al beberla.
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