La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
238 orgulloso. Es un dios que asoma sus cuernos sobre el horizonte y, apartando las nubes, deja ver, poco a poco, su frente, sus ojos, su boca. Es un inmortal cuyos rayos – manos de cinco alargados dedos – acarician el mundo y reviven a los muertos. Es un arquero belicoso. Es un niño de boina de oro y malla de bruma celeste, que juega entre las manos de la Madre Noche. Es un disco de ígneos ojos que hacen correr por el cielo el ayer y el mañana. Es un palacio dorado cuyas dos puertas abren al occidente y al oriente. En sus formas más severas, es un cabeza cortada que rueda sobre la arena ardiente. Es cada una de las aves, desde las más tiernas hasta las más feroces. Es un dócil halcón, sujeto con cordones áureos, que suelta al cielo un halconero misterioso. También toma las figuras de diversos animales: un lebrel rojo; un ágil leopardo que cae sobre los bosques y praderas; un toro nuevo que resopla, furioso, cuando lo arrastran al poniente, al sacrificio. En la penúltima rapsodia, es una trinidad: el padre fecundo, la fértil madre que alimenta al mundo con sus pechos, y el hijo que danza y retoza sobre las hierbas y las aguas de la tierra. Imposible consignar todas las imágenes y aspectos del sol, de su llegada, su paso y su retiro. Anotemos, con todo, algunas ideas asociadas a las diversas faces de su tránsito. Su salida posee algo de nacimiento; los cerebros y los pensamientos reviven; los hombres, los animales, los vegetales y los minúsculos insectos retoman su actividad: ¡Qué alegría siente, oh dios, el ígneo ojo del sol al mirar al mundo como un huevo que saca el polluelo a la luz! Los portones broncíneos del día rechinando se abren; se abren los cerebros, y los pensamientos cual alondras temblorosas se recuerdan 328 también y ascienden a la luz, todos ala y trino. (X, 1056-8). El día-abeja ascendía, zumbaba la llanura, golpeó el sol las baldosas enarenadas del puerto, y varones, bajeles, y animales se movieron y empezaron a dar voces, diz que la luz de repente hubiera desenrollado los laberintos de sus /entendimientos. Oro derretido, se abalanzaba el astro a las aguas espesas, bullía el mar con los pescados, brincaban los caíques; el tiempo borrascoso, y los magos estaban sentados en el muelle y vendían brisa a los navegantes por monedas. (IX, 143-150). Ya subió el sol en el cielo el largo de una picana 328 Recordarse: despertarse.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=