La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

210 Las lunas florecen y marchítanse y giran en círculo los soles. (XVII, 902). Otras veces está presente la apreciación subjetiva de la presunta mayor o menor rapidez de esa carrera indetenible, como en esta reflexión que surge cuando Ulises y sus nuevos compañeros construyen la embarcación que los alejará para siempre de Itaca: ¡Ay! ¡cómo transcurre el tiempo y cómo gira veloz la rueda / de la tierra, cuando pensamiento y manos emprenden una obra grande! Sumióse el año y ya cantó por vez primera entre las oliveras / el cuclillo, reverdeció la negra tierra y tomaron tono rosa los acebos, y las golondrinas arribaron en las manos tibias del húmedo Noto . (II, 1035-9). En cambio, después de la inmensa travesía al corazón del África, y antes de la destrucción total de la ciudad ideal, cuando en la plena soledad, Ulises cumple en el monte rocoso y desnudo todas las etapas de la Ascética, el ritmo temporal se muestra muy diverso: Y la noche lenta pasa interminablemente, con todos sus milagros; perfúmase la tierra, refrescóse; gotas de lluvias gruesas y serenas rociaron su rostro ardiente, las piedras exhalaron risas y azulados relámpagos lamieron las cimas oscuras. Allá en los campos, extendió el labrador su mano y se regocijó; cual raíces brillaron en los cimientos del mundo los difuntos. (XIV, 915-20). En la bella historia que Odiseo narra a sus compañeros cuando enfrentan el imponente Nilo, sobre los tres hombres que juraron remontar su curso en busca del agua inmortal –abuelo, padre e hijo-, el tiempo, en forma de años, toma un carácter activo y brutal. Desaparecidos ya los dos primeros tras cinco décadas de bogar incesante, prosigue el nieto la terrible travesía sin fin: Años y años pasan en hilera por la orilla, igual que caravanas, cayeron sobre el joven, blanquearon sus cabellos, le / comieron sus dientes; lo llagaron, le quebraron los dedos, quebrantaron sus piernas. (VIII, 1278-80)

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