La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
200 invocado a quienes amó en vida. Helena y el viejo perro Argos – éste desde su tumba en Itaca – son los únicos personajes homéricos que acuden. Helena, en el último destello de su mente, vuelta a ser una niña de doce años, con sus trenzas colgantes, coge una caña de las orillas del Eurotas y parte a unirse al gran cortejo de seres que aún existen y de sombras de otros que dejaron hace tiempo de existir. Será aquella bella y tersa niña una de las caminantes en esa postrera y fantasmagórica peregrinación hacia el lugar de la agonía de Odiseo. En esta forma el poeta parece querer rescatar la belleza de Helena, a pesar de la vejez y la muerte que tuvieron que también que alcanzarla. (¿Por qué está a orillas del Eurotas, donde estuvo Esparta y no en Creta donde la dejamos, con el apuesto y fuerte bárbaro, con el que habría de dar origen a nueva estirpe?) Y lejos, en un fresco ribazo, entre laureles floridos, el cuerpo divinal de la-de-cejas-arqueadas cayó al anochecer / en agonía, con sus pies-de-nardo, delicados, hacia la corriente cantarina. En torno, los nietos, los biznietos, la nueva estirpe divina, trenzan su pelo albísimo, la rocían con agua-de-rosas, para que respire aún un instante y sus párpados abra; les diga una última palabra buena y le dé la bendición. Por dos días gime en la arena su cuerpo-de-cirio, y ni en lo alto la recibes, cielo, ni tampoco la tierra la devora; cual blanco nimbo primaveral está suspendida en el aire. De sus pesados cofres-dotales tallados-en-cedro, sacaron un sudario recamado, su peplo funerario, que nuestra vanidosa en su vejez, doblada sobre el telar, cantando lo tejía y lo bordaba con mil artes y destreza: en el medio, la llanura bien verde con unas carpas rojas, alrededor la mar azul con sus franjas albas espumales, y por los cuatro ángulos, erguidos, cuatro fortalezas arden. Se inclinan las nietas rubias y lavan con lentitud su cuerpo con vinagre-de-rosas perfumado, para que se refresque; el pecho se descubrió, los pechos muy-besados se bajaron, velas que el viento ya no las sopla y que el bóreas no las bate. Abre los ojos que ya los ha plegado un velo grave y en silencio mira las aguas transparentes en el cañaveral, que presurosas y alegres corren a mezclarse con el mar; aguzó sus oídos, escuchas el profundo deslizarse del río, oye cantar su vida como el agua y apagarse,
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=