La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
199 y sus pechos abrían unos pequeños y redondos pozos. De bruces se tendió y contempla con ansia al viejo amante que de ella se había acordado y que volvía de la tierra firme, esa señora polvorienta- y le traía como obsequio su erizo entendimiento, su ruda carne y sus enormes huesos. Lo contempla con dulzura, le murmura palabras secretas / en los talones y en sus velludos muslos gruesos y en su vientre grisáceo; reía con labios frescos y lamía y sus pechos temblaban, y a lo largo de la orilla los pulidos guijarros cantaban 323 . A estas alturas, no sabemos si es Helena o la mar que recibe a su ―viejo amante‖. Pues enseguida, Odiseo se entrega a la mar, se sumerge ―en el seno de la amante‖, y ahora sí está claro que el poema está hablando del mar. Desliza sus pies arrastradamente el solitario como la balsa en / las húmedas ondas, echa adelante las rodillas y la espalda, toma un vivaz movimiento y se sumerge por completo, popa y proa, en el seno de la amante, bañado-en-lozanía; y se aliviaron y gozaron los riñones rodadores-de-mundo. De espaldas iba nadando, extendiendo los brazos sin prisa; ¡oh Dios, cuánto tiempo anhelara el abrazo salobre, y ahora cual esponja, se-abre-y-cierra el cuerpo sediento y bebe y bebe el aguada salada y no puede saciarse. ¿Cuáles son las rosas que se marchitaron y perdieron / su fragancia y cuando se sumen en el agua vuelven a abrirse, tersas? ¡Rosa el cuerpo crespo del de-múltiple-pensar / sobre la superficie azul 324 . En la última rapsodia, después que varias veces en el poema hemos vistos pasar ―miles de años‖ ρηιηάδεο ρξόληα vemos finalmente morir a Helena, símbolo inmortal de la belleza. Como Ulises, ella ha envejecido. Ha sido origen de una gran estirpe. Rememora su vida y en los últimos momentos alcanza al percibir el llamado del también agonizante Odiseo, que desde un peñón de hielo antártico, ha 323 Ibídem, XXI, 517-535. 324 Ibídem, 536-547.
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