La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

191 Llegan finalmente hasta la costa, donde espera el grupo de compañeros de Ulises. Saltan los amigos a la embarcación y con delicadeza posan a Helena en la popa. Entonces la saluda el navegante peregrino: ¡En buena hora nos llegaste, señora del navío, / nacida-de-la-espuma, con el cristal profeta-de-destinos en tu pecho tormentoso! Helena en silencio siente zarpar el barco y no echa siquiera una mirada a la isla donde se unió con Paris. Helena, silenciosa, la verde superficie contemplaba y la efímera espuma encrespada, y gozaba de sentir la brisa marítima como un varón entreabrir su seno y hasta su terso talón rosa refrescar. Y ni se volvió a mirar la isla a la entrada del puerto, que le tendió su sombra suave y su vegetación florida para que en amor se uniera con el hermoso extranjero, cuando por primera vez avergonzó a los dioses familiares 314 . Durante la navegación, por un instante siente Ulises el deseo de poder liberarse de sus compañeros, quedarse solo con Helena y llegar a tener un hijo con ella. Pero desecha es impulso. Llegan a Creta en momentos decisivos para la renovación del poder de Idomeneo. En la playa, la hermosura de Helena deslumbra a todos. Un viejo pirata expresa esa admiración: ―Todo el árbol de la tierra he recorrido en torno, pero juro que nunca una señora tan bella mis ojos contemplaron‖. Los viajeros se imponen de que el rey, anciano y caduco, en esos días debe penetrar a la caverna del dios-toro para renovar sus fuerzas. Luego, al salir, tendrá que poseer a una becerra de bronce en cuyo interior debe haber una mujer. Odiseo concibe la idea de ayudar a que el pueblo se levante contra la monarquía corrompida y decadente. Helena podría colaborar con este propósito, pues el rey, sin duda, querrá que ella entre a la becerra metálica. 314 Ibídem, V, 93-100.

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