La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

190 Diosa no soy yo, y odio los cielos vacíos; me agrada la tierra y siento dentro de mí mucho polvo y rosa no me basta ya esta casa, pues mi alma se ha extendido para contemplar los mares y hogueras y las rudas rodillas / varoniles. Pero si me voy de amanecida y subo a tu negro navío, no me marcho como niña que se lanza al abismo del abrazo: ¡pasó Paris una vez el gran piélago y desapareció! Mas como tú también ansío yo que no se pierda mi alma. Odiseo percibe el temor y las dudas que asaltan a la mujer y le advierte que puede todavía arrepentirse de su decisión. Y pasó por un instante por su pensamiento el llamar / a su esposo, lanzar voces y despertar a nobles, esclavos y criados. ¡Socorro! clamaban sus entrañas, pero se avergonzó / su corazón, y silenciosa y calma, miró al pirata sin ley. Y así como vemos en aguas hondas ruinas de una vieja ciudad y salen y entran los grandes peces y desovan y sobre puertas de fortalezas ríen las olas y rumorean, así la-de-los-grandes-ojos contemplaba en las pupilas / del varón entrelazarse la vida en venenosas raíces esmeraldas. El engañador percibe su temor y se burla riendo: ―Ruda es mi piel, señora; no se asemeja a la de Paris, y es difícil que salgas de este rapto. ¡Adelante! Aún te queda tiempo de levantarte y llamar‖. ―¡Sé que tengo tiempo, pero libremente sigo mi destino / y huyo!‖ El gran raptor se irguió y estalló su corazón: ―¿Oh alma libre, mil veces bienvenida seas a mi proa!‖ 313 Está amaneciendo cuando salen todos furtivamente y suben al carruaje que los llevará al barco. Empuña las riendas Odiseo y la triple fusta y parten los caballos, agitando sus cabezas. 313 Ibídem, IV, 1160-1175.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=