La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
183 Al regreso de la larga excursión, Menelao, cansado, parte a tomar un baño tibio. Odiseo, en tanto, va a encontrar a Helena y en breve conversación queda concertada la huida: Los ojos de-grandes-cejas levantó con suavidad la / nacida-de-un-dios, y mirando fijamente al raptador, hablóle sin temor: ―¡En el sagrado cristal que me obsequiaste para avizorar / mi alma, véome erguida en una cubierta negra, Odiseo, y a tu sombra!‖ El sueño sangriento del navío relampagueó en los ojos / del barquero; y su alma compadeció al agua cristalina, al cuerpo virginal: ―¡En la brisa escuché, Helena, tu llamada y acudí; me apena que tu alma desaparezca sin dejar rastro alguno!‖ Juguetearon las cejas arqueadas y los pintados labios: ―Mi pecho se sofocó una noche; sentí ansiedad y salí hasta / la terraza, y te invoqué, agitando las manos en alto. Nunca un cuerpo de varón llamé sin que la brisa cogiera / mi deseo, y ahora al sol te contemplo, y diviso tras de ti una barca veloz con velas desplegadas, compañeros tostados, y el futuro subir-y-bajar, como las olas.‖ Calla. Desde lo alto contempla las sierras, la llanura, y más allá el torrente que reptando atraviesa las tierras / y se pierde. Sonríe, y de pronto en su sonrisa pareció ser el mundo terreno un profundo cristal, redondo, de milagro, y lentamente su sombra cruza la transparencia como un cisne negro. Y se vuelve calma y no tiembla su habla divina en su puro / pecho: ―Al amanecer o a medianoche, ¿cuándo te levantarás a dar la seña?‖ El seductor-de-corazones tocó con delicadeza el hombro / bañado-por-el-sol: Será al alba; y atardeciendo, hemos de subir al barco‖. 301 301 Ibídem, 553-576.
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