La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
181 Al separarse para ir a sus habitaciones, Ulises entrega a Helena el presente mágico que le traía. Al recibirlo, la mujer por un instante recuerda a Paris: Saca entonces del pecho el engañador el marfil que guardaba como un párpado al ojo mágico de-las-mil-pupilas, y sonriendo apenas, lo coloca en la mano rosácea. Y Helena se estremece, diríase que cogió una cabeza viva, como si hubiera tocado un instante a Paris y sus suaves / cabellos 298 . Al otro día, Menelao invita a Odiseo a recorrer a caballo sus tierras. En la conversación crece la desarmonía entre las inquietudes de éste y la chatura y avaricia de aquél. En un momento, Ulises ve claro su camino; decide raptar a Helena y comienza a pensar cómo realizar esa idea. Mientras en los apriscos del rey, en una colina, los amigos duermen, allá, en sus habitaciones, Helena recuerda la famosa ciudad con sus esclavas, antes nobles troyanas. Y en la nostalgia, se hermanan ama y siervas. Ella confía a las mujeres su recuerdo, acaso motivado por la visita del ―asesino aquel que con engaño / las famosas murallas demolió de la patria lejana‖: Y Helena velaba allá, en su lujosa cámara dorada, con el bullicioso mujerío que llevaba consigo – sus esclavas / propias -, doncellas de alta nobleza que en playas lejanas brillaron y que ahora en el negro destierro se marchitan y lloran. ―Nodrizas, mis buenas sirvientas, se ha levantado otra vez / en mi pecho la ciudadela que fuera derruida y la lejana alegría que se fue. Rosa abierta en mis manos, conservo la luna límpida que alumbró dulcemente vuestras casa señoriales por / postrera vez y que yacen ahora agostadas en la devastación de esas / arenas. En algún lugar, en el espíritu, el bóreas sopla suave y la / memoria se refresca y aquello que en el polvo desapareció vuelve inmortal a / nuestra mente; y esta noche crecieron las viejas heridas; retornaron las ansias, 298 Ibídem, 1270-1274.
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